EL REGRESO--Capítulo 24º



                                                                        



ÍN                                                                               MI     CANTO     A     LA     VIDA








                                                                      



                                                                   MI     CANTO     A     LA     VIDA
   

He querido enmarcar la frase con la que inicio este nuevo capítulo con esas bellísimas fotografías, le puedo poner ese calificativo pues yo no soy su autor y por lo tanto no peco de petulancia, que su creadora, mi sobrina Gema, me ha permitido incluir en estas memorias; eres capaz de darle vida, con algo que no la tiene como una cámara y unos negativos, a todo aquello que ves tras el visor; te doy las gracias pues esas seis fotos también son un `` canto a la vida ´´ que acompañan a mi propio canto...
Al decir que son bellísimas no he sido capaz de valorarlas pues mi opinión se ha quedado corta: de ellas se desprende el espíritu, el alma, el aura, el hálito, de lo que has querido captar, que no es el simple paisaje, sino lo que ``está detrás´´ y que no se puede representar en un simple papel y unos colores..., y tú lo consigues.
En ellas veo, y no lo achaques al especial estado de sensibilidad en el que actualmente vivo, la fuerza, el vigor de la vida, la tranquilidad después de días tormentosos, el sosiego, la paz de espíritu, el deseo de vivir batiendo alas y ese atardecer que representa el transcurso de la existencia.
Las seis fotografías son de mi Tierra, de mi Estrecho, de mi Tarifa, de mi playa de Los Lances, lugares donde, como dice tu tía Idita, he tenido relaciones muy íntimas,  durante más de cincuenta años, con mi otro amor: el mar...
Gracias, Gema, por dedicarle ``al vagabundo de la isla verde ´´ la preciosa foto que hiciste de esas ruinas del cuartel de la `` Cañá del Peral´´ : si hermosa es la imagen, lo que dices en dichas líneas me ha llegado a emocionar: veo la foto y  con la Torre de los Canutos en lo alto del monte a la espalda, mi mente vuela y, con la mirada puesta en el mar, pienso en aquellas naves sarracenas intentando invadir Al-Ándalus.
Animo a mis familiares, a mis amistades, a los seguidores y simpatizantes de estas memorias a que entren en el blog: madelfotografía, donde la poesía no necesita escribirse sino que está en la imagen y su rima asonante o consonante son los colores; también os recomiendo que pinchéis en una foto y entréis en la galería: es una verdadera gozada para los sentidos...
Estaréis pensando que, después de más de dos meses y medio de ausencia, es una forma algo atípica de iniciar mis relatos y mi contacto con vosotros: pero, como dice la canción, algo ha cambiado dentro de mí y desde hace semanas me he propuesto que todo lo que haga, incluidas estas memorias, sean `` mi canto a la vida ´´...
Seguid leyendo y lo comprenderéis.

 
EL     REGRESO
Aquel día, 30 de julio de 2012, amaneció como suele hacerlo en nuestra Bahía: viento en calma, pequeña lucha entre el poniente y el levante para ver quien dominaba durante el día, cielo azul intenso, todo hacía presagiar una jornada bonancible y calurosa, muy propia para los amantes de la playa; con la bendita rutina de hace muchos años, a las seis y media en pie, en invierno lo hago más tarde, aseo, equipo de deporte puesto, sólo agua para hidratarme, suelo desayunar cuando regreso, y dispuesto a hacer los doce kilómetros diarios; como comprenderéis no voy corriendo, mi edad no me deja, pero sí llevo un trote ``gorrinero´´, muy propio de la legión..., incluido los movimientos de los brazos.
En mi recorrido diario, que no cambio desde hace muchos años pues la mayor parte de él transcurre junto al mar, a veces me llevo la sorpresa de percibir, entre la mezcla de olores a gasóleo, petróleo y aguas fétidas..., antiguos conocidos aromas a algas y bajamar  que una brisa fresca me trae desde la cercana orilla.
Todo se desarrollaba con absoluta normalidad hasta que sentí, a la altura del antiguo Club Náutico, el primer dolor: soy un poco duro y no le di mucha importancia...
¡¡ Qué peculiares somos los seres humanos !! Todo lo malo le pasa a los demás a nosotros no: quizás sea una coraza psicológica con la que protegernos y de esa forma hacer la vida más llevadera...
Seguí unos cientos de metros más pensando, ¡ qué optimista !, que podía ser una sobrecarga muscular; no pude continuar y con el móvil llamé a un taxi y para casa.
A partir de aquí todo se precipitó: me había dado una trombosis que me afectaba a las dos piernas y parte inferior del cuerpo. Todo el mes de agosto en una cama del Hospital Punta Europa de Algeciras, medio septiembre en el Hospital Madrid de la capital y ahora sigo el tratamiento en el Sagrado Corazón de Sevilla; diagnóstico: un tumor maligno, un cáncer, era el causante de la trombosis pues al desarrollarse estaba oprimiendo a la vena cava e impedía la correcta circulación de la sangre.
Me parece mentira que, sólo quince días antes, en el capítulo 18, estaba brindando con vosotros por mi septuagésimo cumpleaños: siento como si hubiera pasado una eternidad; no sé si soy algo `` brujo´´ pero al volver a leer el capítulo 21 en sus primeras líneas, tengo la impresión de que mi organismo estaba vaticinando algo...
Acabo de tener una idea: como en el desarrollo de estas memorias de pesca submarina, para no ser monótono, he ido mezclando diversos temas, he pensado escribir unas líneas relatando mis vivencias en el hospital. Os adelanto algo: tengo total y absoluta confianza en la doctora oncóloga que me está tratando, Dª María Valero Arbizu, cuando escriba mis experiencias hospitalarias os hablaré de ella.
Otro adelanto: quiero nombrar también a las dos personas encargadas de mi proceso de quimioterapia Rafa y Bea, también he de dedicarle unas líneas.
Y, a vosotros, mis amigos y lectores, os prometo una cosa: voy a seguir escribiendo con la misma pasión, la misma ilusión, con la misma vehemencia, con el mismo entusiasmo que hasta ahora pues, mis circunstancias actuales, no van a hacer que varíe un ápice mi amor por dicho deporte y por lo que quede por escribir de estas memorias. Lo que, posiblemente, tenga que espaciar algo es su escritura ya que tengo que recibir varios ciclos de ``quimio´´; ¡ah!, ya me han dado un ciclo: así que si encontráis entre líneas algún pelo es que ya han comenzado a caerse y si observáis alguna manchita húmeda encima de alguna palabra, como dice María Dolores Pradera en una linda canción, yo también soy una persona de carne y hueso, y se me habrá escapado alguna lágrima...
Bien, vamos ahora con un nuevo día de pesca.
  
                                                                              UN DÍA EN LAS AZOFEAS   












 

Como la mayoría de las tardes de los viernes me encaminé hacia la aduana para esperar a Felipe y a Reguera; me iba un buen rato antes pues, ver la llegada de los barquitos en los que venían los trabajadores de Gibraltar, tenía cierto encanto para mí; el bullicio que se formaba en el salón de la aduana mientras los recién llegados pasaban el registro preceptivo ante aquellos viejos mostradores de madera y la mescolanza de olor a tabaco en ``cuarterones´´ y café ``el cafetero´´, es algo que no he olvidado con el paso de los años.
Casi sin darnos las buenas tardes ya estábamos hablando de pesca submarina, del tiempo que haría al día siguiente y de dónde íbamos a ir; quedamos a las siete de la mañana para ir a Paloma Baja.
Al anochecer me llamó Felipe informándome de que Reguera, que era el motorizado, estaba indispuesto y no podía ir de pesca; le comenté que yo llamaría a Juan, el del motocarro, y que nos llevaría al Faro; tenía unos ``portes´´ apalabrados pero accedió a llevarnos a primera hora y luego recogernos por la tarde.
Sinceramente, Felipe y yo, como comprobaréis por las fotos, no echamos de menos a Paloma Baja, por lo menos ese día; a veces me pregunto el porqué de tener que ir tan lejos si lo teníamos todo tan cerquita: misterios de la mente humana.
Nuestro día en Las Azofeas fue de fábula; pescamos muy relajados, sin marea, agua como un cristal, con el convencimiento de que bajo cada piedra, en cada cueva, había una buena pieza...
Este convencimiento, esta certeza, esa evidencia de que el día iba a ser fructífero, por lo menos en aquella época, la tenía nada más meter la cabeza bajo agua: era algo impalpable, algo inmaterial, algo intangible, algo que se podía ``leer´´ en el color del mar, en sus irisaciones..., no sé cómo explicarlo, algo que me ``susurraba´´ el mar pues ya había pasado muchas horas en un profundo abrazo con él...
Ahí tenéis a Felipe con la pesca de ese día en las Azofeas; también veis una foto de dicha pesquera; como me habían nombrado fotógrafo oficial de la peña, no lo estaba haciendo muy mal, ocurría frecuentemente que, con las prisas, mi figura no quedara ``inmortalizada para la posteridad´´...; además ese día tuve que subir a las ``cabrerizas´´, en la parte alta del monte, me tocó a mí, para buscar un mulo que nos llevase la pesca hasta el Faro pues no habíamos quedado con el ``costero´´: el premio fue un sabroso tazón de leche, recién ordeñada, que me quitó todo el cansancio acumulado durante la jornada.
Hace tres o cuatro días, con el deseo propio de una persona que ha pasado dos meses y pico en el hospital, quise respirar el aire, más o menos puro, del Faro y sus alrededores; no os he comentado que estoy en Algeciras: es así ya que la doctora, viendo que había soportado muy bien el primer ciclo de quimioterapia y que los efectos secundarios habían sido mínimos, me dijo que me viniese para casa hasta el inicio del segundo ciclo que será dentro de unos días; así que, con el consiguiente ``mosqueo´´ de la familia, cogí el coche y me fui para Punta Carnero; aparqué en una explanada que está muy cerca de la vaguada por donde se baja hasta la costa: sinceramente me costó pues mi estado de forma, como comprenderéis, no es el óptimo..., pero lo pasé muy bien, incluso hice alguna foto; en la primera veis los arrecifes de las Azofeas: aquel día lo máximo que nos alejaríamos de ellos serían unos trecientos o cuatrocientos metros; si os fijáis en el derrumbe de piedras que se ve en la foto, ese es el lugar donde cincuenta años atrás hice las de Felipe y la pesquera: el tiempo, los temporales y la erosión han dado sus frutos...
No pude contenerme y también hice una toma de algo tan emblemático como es el Faro de Punta Carnero testigo mudo de mil y un día gloriosos en la práctica de nuestro deporte.
Espero estar pronto con ustedes en un nuevo capítulo, si me retraso ya sabéis las causas.
                                                              
                                                               ---HASTA EL PRÓXIMO CAPÍTULO.
                                                               ---ABRIR GALERÍA DE FOTOS.