ZAHARA DE LOS ATUNES--- CAPÍTULO 28º





ZAHARA   DE   LOS   ATUNES

Han tenido que transcurrir cincuenta y un año para que, atravesando Zahara de los Atunes, de la misma forma que hicimos en aquel lejano 1962, me encontrase de nuevo aquí admirando la belleza del Cabo de la  Plata: han pasado muchos, muchos años, de aquella última vez que estuve en este sitio...
El pasado domingo, 19 de mayo, al igual que en el capítulo anterior sobre Tarifa, me propuse ir a dicho lugar para hacer unas fotografías y refrescar la memoria: no podía suponer cómo se iban a agolpar en mi mente tantos recuerdos, tantas antiguas vivencias, tal cantidad de viejas imágenes y sensaciones. Si esta evocación del pasado fue tan intensa, debido al salvaje atractivo del lugar, me refiero a sus costas y playas, la transformación sufrida por aquella aldea y sus alrededores, me impactó profundamente.
Pero empecemos por el principio pues habrá tiempo de hablar de todo lo anterior.
Debido a cuestiones laborales, mis compañeros Felipe y Reguera, estuvieron varios fines de semanas sin poder ir de pesca. Nos quedamos Pepe y yo: no logro comprender cómo se me ocurrió la descabellada idea de ir a pescar al Cabo de la Plata; estuve varios días mascullando el proyecto sin decirle nada a mi compañero, consultando mapas de la costa, estudiando la forma de ir pues no había enlaces regulares... A medida que pasaban los días, crecía y crecía en mí el deseo de conocer dicha zona: cuando se lo dije a Pepe, estaba tan loco como yo, no puso ninguna objeción; pero nos faltaba lo más importante: el medio de transporte; hoy día pienso que había alguien con tan poca cordura como nosotros: Juan, el del motocarro.
¿Os podéis imaginar hacer un viaje de sesenta y tantos km en un motocarro de los de aquella época? En alguno de los capítulos anteriores tenéis la imagen del ``ultraligero´´ y de su conductor; la cosa se complicaba más debido a que sólo podía ir una persona con Juan, era lo que permitía la ley; solución: uno iría en la batea, junto a los equipos, tapado con una lona para evitar que lo viese la pareja de tráfico; nos fuimos turnando en semejante martirio y pienso si no hubiese sido mejor la multa que el tremendo dolor de riñones; no os quiero cansar relatando el calvario de dicho viaje, solamente os diré dos cosas: primero, al llegar a Zahara las ganas de pescar brillaban por su ausencia, debido al palizón del motocarro y, segundo, la cara de asombro de los lugareños al vernos aparecer en semejante vehículo y con uno tumbado en la batea tapado con lonas...
Pero el viaje no había concluido con nuestra llegada a Zahara: todavía teníamos que recorrer unos cinco km para llegar a nuestro destino; el camino era una trocha de piedras y zahorra, con multitud de boquetes e irregularidades que, partiendo del pueblo, iba subiendo hasta la Sierra de la Plata.




 Esta fotografía de Zahara de los Atunes de principio de los años 70 la he encontrado en internet, yo no  poseía ninguna de dicha época, por lo que le doy las gracias a su autor. En ella podemos observar el puente que atraviesa el río Cachón que nos permite llegar al pueblo; aproximadamente así sería cuando fuimos nosotros pues dicha foto es unos diez años más reciente; si nos fijamos vemos el camino más oscuro que, saliendo del pueblo y discurriendo casi paralelo a la costa, nos lleva al Cabo de la Plata; parece ser que está en mejor estado que cuando pasamos con el motocarro... No he encontrado, por muchos intentos que he hecho, algún documento gráfico de los años sesenta pero pienso que el presente es totalmente válido y nos permite, sin mucho esfuerzo, imaginar como era este lugar en aquellos años. No salgo de mi asombro al comparar los recuerdos que yo guardaba en mi mente y la realidad actual: mi sorpresa y admiración es mucho mayor al comprobar como se ha sabido conjugar progreso y turismo con el respeto al entorno especialmente a sus costas y paradisíacas playas.
La historia de Zahara siempre ha estado unida al pez del que toma el nombre: al atún; si buceamos en las crónicas nos encontraremos que los fenicios ya usaban un arte parecido a las almadrabas para la captura de dicho pez en esta zona; pero su constitución como núcleo urbano no se consolida hasta la época de Guzmán el Bueno al que se le otorga, a él y a sus descendientes, los duques de Medina Sidonia, la licencia para pescar atunes en el Estrecho. Zahara y su almadraba tienen una relación tan íntima como el cuerpo y el alma.
No puedo sustraerme a mostraros alguna foto, bajadas de internet, donde se muestra la captura de dichos peces:

                                                                                                                       
 
                                                                                          



LA   PLAYA   DE   LOS   ALEMANES


No sé cómo nuestro destartalado vehículo logró llegar hasta la cima de la sierra de la Plata; lo que encontré fue naturaleza en estado puro: hacia el monte grandes peñascos, rocas y piedras a las que rodeaban, casi ocultándolas, el sotobosque típico del mediterráneo: jara, brezo, lentisco, tomillo... Si miraba hacia el mar, por las fotos veréis que hay cierta altura, mis ojos se emborrachaban con la belleza de esta costa, de estas primigenias playas, destacando, soberbio, el puntazo del Cabo de la Plata.
En estos años no sería un lugar muy frecuentado; al poco de llegar se presentó la pareja de la Benemérita, posiblemente alertada por el infernal ruido del motocarro y, después de saludarnos e identificarnos, se quedaron algo perplejos al conocer nuestras intenciones de pescar `` bajo agua´´´; por este motivo, y por el comportamiento de la fauna marina, pensé que muy pocos ojos humanos habían visto estos fondos; ante la pregunta de por dónde podíamos bajar a la playa nos indicaron que, siguiendo la pista unos ciento de metros, había una vereda, por cierto bastante sinuosa y empinada, que descendía hasta la costa.
Al doblar una de las curvas de dicha pista me quedé sin habla: el paisaje que se ofreció ante nuestra vista hizo que nos detuviésemos en seco: todo el arco de la costa desde el Cabo de la Plata hasta la punta o Cabo de Gracia se divisaba desde esta altura; no voy a empezar a ponerle calificativos, epítetos o superlativos: esa tarea dejo que la hagáis vosotros cuando contempléis las fotos que he hecho en la actualidad...; y en el centro de este cuadro, que hubiese firmado sin dudarlo cualquier célebre paisajista, sobresalía, con toda su virginidad, la Playa de los Alemanes.
También llamó mucho mi atención, los consideré fuera de lugar, como si ``rechinasen´´ con el entorno, varios chalets: un par de ellos estaban al borde de la pista, sobre el acantilado que daba a la playa, y otros medio ocultos entre la vegetación de la sierra. Tuve la oportunidad de conversar con algunos de sus moradores y deduje, sin lugar a dudas, que estaban orgullosos de pertenecer, según ellos, a la más pura raza aria. Sobre este tema, el de la llegada de los alemanes a este lugar, se ha escrito mucho y con variadas teorías: algunas de ellas guardan un fondo de realidad, otras son muy poéticas y aquellas son pura leyendas urbanas; lo que sí es real es que yo hablé con algunos de ellos; por su edad, eran personas relativamente mayores, serían de los que cuando finalizó la segunda guerra mundial se establecieron aquí.
Se ha especulado mucho del cómo conocieron este lugar; unos afirman que los tripulantes de los submarinos alemanes que patrullaban por el Estrecho de Gibraltar para evitar un posible desembarco de los aliados, al acercarse a la costa, quedaron prendados de la belleza de este sitio...; otros manifiestan que esos submarinos recibían los suministros en esta zona gracias a lo uniforme y llano de la línea costera y a los acuerdos entre Adolf Hitler y Francisco Franco; por este motivo los nazis pudieron tener un perfecto conocimiento de toda esta zona; otras hipótesis declaran que, gracias al convenio entre los dos dictadores, al término de la contienda, este lugar se convirtió en un refugio para destacados dirigentes y líderes nazis; posibles causas: lo apartado de este emplazamiento, la cercanía con Marruecos ante cualquier posible contingencia, la relativa lejanía de grandes núcleos urbanos..., todo ello aderezado con el encanto y lo salvaje de este trozo de la costa andaluza; cuentan, no sé si es fábula o realidad, que en los años posteriores a 1945 en este punto había preparada una lancha rápida para una posible huida...
A continuación os doy a conocer como es la Playa de los Alemanes en la actualidad: haced una abstracción mental y eliminar la mayoría de las construcciones...; la punta o cabo que vemos al fondo es el Cabo de Gracia; la última fotografía es de una playa, de una aislada cala de difícil acceso, un verdadero deleite para los sentidos, llamada cala o playa del Cañuelo.                                      



 

                                                                                                            


                                                   







EL   CABO   DE   LA   PLATA


El descenso por aquella angosta vereda hasta la playa fue un verdadero poema: ya no pensaba en tirarme al agua, lo que me preguntaba era cómo la íbamos a subir; la sensación que tuve al estar cerca del macizo arrecife que formaba la punta de la Plata, a pesar de los años transcurridos, todavía produce hormigueos en mi piel y, sólo el hecho de recordarlo, causa en mí una intensa y agradable emoción ; el búnquer, nosotros lo llamamos``nido de ametralladoras´´, en las fotos inferiores lo podéis ver, lo que hacía era magnificar y engrandecer la imagen de este lugar; no me lo podía creer, era algo irreal, fantástico, de otra dimensión..., pero la verdad es que estaba a punto de conocer los fondos que tanto había deseado días anteriores.
Tuvimos suerte en todo: el día de fábula, cogimos el repunte de la llenante con marea muerta, mar como un espejo y el agua clara como un cristal...; os digo esto pues en este puntazo la corriente, cuando pega, tiene una fuerza infernal. Como os he narrado en capítulos anteriores casi siempre soy el último en tirarme al agua pues, el prepararme, es un medio rito sagrado; estaba sobre una de las piedras del arrecife poniéndome las aletas, Pepe el Moro en el agua a un par de metros de mí: de repente veo una flecha plateada que se dirige, a gran velocidad y como a un metro de profundidad, en dirección a él; al llegar a sus cercanías frenó en seco: lo siguiente que distinguí fue un arpón que se introducía en la cabeza del pez: unos agónicos coletazos y, al comenzar yo a nadar, ya estaba el hermoso pez limón de 18 kgs en el portapeces de la cámara de coche; hoy es una de las pocas veces que pongo el peso de las piezas: primero, no tengo ninguna foto que mostraros de este día, segundo, no teníamos un mulo o un burro y quiero que tengáis la idea del peso que debíamos subir por la dichosa cuesta, tercero, este punto es el que recuerdo con más cariño : fue en esta jornada y en este lugar cuando capturé el mero de mayor peso de mi vida deportiva; aún estoy lamentando no tener ningún retrato suyo; los he cogido de veinte, de veintitantos, de treinta..., pero como éste ninguno.
Iba a comenzar a nadar cuando siento que mi compañero me agarra por la pierna; me quedé quieto pues ya sabía lo que significaba; al volver la cabeza veo a Pepe, a unos cuatro metros de profundidad, con el brazo estirado y apuntando a una grieta que había entre dos rocas: perfecto disparo y el mero de 14 kgs que se queda `` blanco ´´; mientras él lo enganchaba al portapeces arponeé, en la siguiente roca, uno de 8 kgs; nada más ponerlo en el portapeces, cuando estaba cargando el fusil, vi una lubina que me observaba con ojos curiosos, como mucho a dos metros de distancia, me imagino que atraída por el revuelo que estábamos formando: 4 kgs más al portapeces... 
Ahora quiero que miréis la primera fotografía inferior: ahí veis, además de la considerable altura que hay entre la pista y la playa, el compacto farallón, sobre él el búnker y, por fuera, un arrecife donde rompen las olas; mi compañero siguió pescando por la escollera y yo nadé hacia el citado arrecife.
Revivir este instante produce en mí verdaderos escalofríos: el agua estaba clarísima y comencé a divisar en la lejanía, contrastando con la blancura de la arena, la oscuridad de la barra; a medida que me acercaba tuve que dejar de nadar para poder admirar tanta belleza: bodiones y sargos alimentándose de algas y pequeños crustáceos, hermosos centollos acurrucados en la pared, bancos de lisas, de bogas, un pequeño bando de gordos borriquetes, en el fondo tres o cuatro urtas buscando comida, abadejos y tachanos que, con lentitud, se acercaban o se alejaban..., pero todos, absolutamente todos, ajenos totalmente a mí: iban a lo suyo sin demostrar el más mínimo temor o desconfianza por mi presencia; por eso, en líneas anteriores, he comentado que la fauna marina de esta zona había visto en contadas ocasiones al ser humano; por lo menos es lo que deduje viendo su comportamiento.
Pero sigamos: el agua estaba tan clara que no puedo decir con exactitud la profundidad pienso que, como mucho, unos seis o siete metros; no había muchas piedras desprendidas del arrecife y las que existían estaban cubiertas de arena y algas; llamó mi atención una grieta grande que lo atravesaba de un lado a otro pues se vislumbraba en el flanco opuesto la claridad azul del mar y... ¡¡ de allí surgió !!
No os miento si os digo que, en un principio, al ver aquel ``torpedo´´ sentí cierto recelo o desasosiego: pero pronto, al reconocer lo que tenía delante, ¡¡ todavía me puse más nervioso !!; ascendió un par de metros y se quedó mirándome como si no comprendiese lo que veía: de ahí pasó a una mirada llena de curiosidad; mis años de pescador submarino me han enseñado a entender este especial estado de ánimo de los peces; todavía esta actitud se puede observar en aquellas fondos marinos donde la presión humana no haya sido muy grande.
Se acercó un poco más: tan atribulado estaba yo que no reaccioné, si hubiese querido se habría marchado de la misma forma en que apareció; recuerdo con absoluta claridad la fascinación que me produjo el rítmico y acompasado abaniqueo de sus aletas pectorales y de su enorme cola; su color era oscuro con las manchas amarillas muy difuminadas; en tierra me di cuenta de lo viejo que tenía que ser ya que en algunas partes de su cuerpo habían crecido pequeños ``escaramujos´´. No tuve que dar el golpe de riñón y sumergirme: estiré el brazo y el arpón, cual verduguillo, acabó al instante con la vida de tan noble animal; y ahora os digo el peso: casi 41 kgs.
Cuando lo vio Pepe se le pusieron los ojos más grandes que el cristal  de la careta submarina; llevábamos relativamente poco tiempo en el agua pero muy bien aprovechado: lo que seguía martilleando mi mente era el subir la cuesta hasta el motocarro; le dije que me iba a salir llevándome la boya y la pesquera pues noté que la marea comenzaba a tirar; al rato llegó con una hermosa urta de unos 5 kgs.
Tomamos unos bocadillos y a continuación el delicioso té moruno, preparado por Juan, acompañado del plum cake gibraltareño; comenzamos a recoger los equipos y a sacar los peces del agua para meterlos en los petates militares; cuando nos estábamos encomendando a Dios y al diablo para saber cuántos viajes íbamos a dar para subir, vimos que bajaban la cuesta tres o cuatro personas; eran algunos de los moradores de los susodichos chalets que, me imagino atraídos por la novedad, venían a vernos; aún le estoy dando gracias al cielo por su llegada: entre todos no hubo ningún problema para subir la ``carga´´; fueron muy amables y una vez arriba nos invitaron a tomar en su casa unos refrescos: fue cuando me di cuenta de su ideología; en muestra de agradecimiento le regalamos la urta que, por cierto, aún daba coletazos al ponerla en el fregadero de la cocina.
En la segunda foto veis el búnker, cuya base ha sido reconstruida, que corona el puntazo; en la tercera el lugar por donde nos tiramos al agua y, en la cuarta, una bella panorámica del Cabo en la actualidad. Las dos últimas fotografías os las muestro para que veáis la escalera que baja por donde iba la vereda; si ampliáis la última observaréis una tenue línea roja en el mar que corresponde a la almadraba.
Del regreso mejor no hablar: otras dos horas de sufrimiento y traqueteos hasta llegar a Algeciras.

                                                                                                                  
                                                                                                        
                                                          
            
                                                                                                                                                                                         


                                                                      

                                          

 

  
HASTA   EL   PRÓXIMO   CAPÍTULO