AÑORANZAS---CAPÍTULO 30º






Añoranzas
Sé que estaréis buscando el motivo por el que inicio esta página con dicha foto; paso a explicar el porqué; pienso que la mayoría de los mortales tenemos, en nuestra casa, un lugar, un espacio propio, acotado, del que somos ``dueño y señor´´...
Pues dicha fotografía la he tirado desde ``mi sitio acotado´´, desde mi sillón, desde ese lugar que, además de descansar, de ver la televisión, de conversar con la familia y amistades..., te sirve también para soñar despierto, para imaginar, para recordar, para cerrar los ojos y añorar...
He hecho esta foto para que, ustedes que estáis leyendo estas líneas, amantes o no de la pesca submarina, os sentéis en mi sillón, abráis los ojos y observéis lo que yo veo a diario... ¿ comprendéis ahora mi intención al comenzar así este capítulo?.
En multitud de ocasiones, Idita o Laura, me preguntan si me ha gustado la película o el debate: ¿¿----??, ¿qué película ?, ¿ qué debate ?, contesto yo, secando mis pensamientos de agua salada...
La definición de añorar es recordar algo con pena: pues yo, diariamente añoro con alegría: desde dicho lugar miro cualquier foto y siento la satisfacción de haberlo vivido y poderlo recordar y añorar; sé que un motivo de la añoranza es la carencia de algo querido, de no poder hacer algo que te gusta: ya os dije, en el primer capítulo, que me ha llegado la hora de ``colgar las aletas´´ y lo digo sin ninguna pena pues no ignoro que todo en esta vida tiene su principio y su final...; han sido ¡¡tantas jornadas!!, ¡¡tantos años!!, ¡¡tantas alegrías!!, ¡¡tantos placeres!!, ¡¡tantos anhelos conseguidos!!..., que medito si me quedará todavía tiempo para revivir de nuevo tantísimos recuerdos.
Ahí sentado en dicho sillón, cuando se me ``dispara´´ la fantasía, escucho como me habla el mar, noto el sonido de los chinarros al entrechocar debido a las olas, percibo los repelucos de frío, siento el beso del mar sobre mi rostro, oigo el inconfundible coletazo del mero al huir, el ruido del arpón al disparar, el peculiar murmullo y caricia del fondo del mar al posarme relajado sobre él, el cri-cri característico del centollo..., recuerdo mil y una inmersiones reales  e imagino otras mil y una ficticias..., todo, todo, es azul.
Con sinceridad reconozco que no puedo precisar el motivo que me impulsó a escribir estas memorias; creo que me lo planteé cuando Idita, en un ``zafarrancho casero´´, encontró un viejo álbun de fotografías y me lo mostró: en él vi una foto, que por cierto tenía olvidada, la de mi tercer mero, ( la tenéis en uno de los capítulos anteriores ), y su visión fue una de las causas por la que estéis leyendo estas páginas.
Como os he dicho antes, todo tiene su final: también a estas memorias les ha llegado su hora: son ya treinta capítulos; además, mi pensamiento fue narrar los comienzos de la pesca submarina en esta zona, podemos decir el paleolítico de este deporte... Lo que sí quiero, si tengo la oportunidad, fuerza, tiempo y algo de suerte, es daros una pequeña ``sorpresa´´ con un `` epílogo´´...( todo `` libro que se precie´´ debe tener su epílogo...). Lo que no sé ni el cuándo, ni el cómo e incluso si podré llevar a cabo la idea que`` ronda mi cabeza´´ para finalizar estas memorias.
Si no es de una forma será de otra pero me despediré de ustedes con ese último capítulo o epílogo.
Si todos los escritores se permiten ``ciertas licencias literarias´´ , yo, simple aficionado, también me voy a permitir la mía: os voy a comentar una etapa más cercana, no la del pleistoceno de este deporte, sino la de los años noventa :
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  















                                                                                      
Cuando cumplí cincuenta años, en el verano de 1992, me hice un regalo: la semirrígida que veis en la fotografía; en un principio me encontré con un gran inconveniente: no había rampas ni un lugar adecuado para echarla al mar; tuve que recurrir a los consabidos rulos con el consiguiente esfuerzo para botarla: había días en los que, al llegar a la orilla, lo que deseaba era volverme a casa debido al cansancio...
En la foto podéis apreciar hasta donde llegaba ``mi locura´´: aprovechar la bajamar para meter el coche hasta la orilla y así ahorrar trabajo y sudores; más de una vez tuve que avisar a un amigo, dueño de un todoterreno, para sacarme del ``lío´´...; especial mención merece aquel día en el que anochecía, subía la marea,  el mar casi llegaba a los bajos del coche, las ruedas del R-21 hundidas en el fango y Joaquín, con su``coche-grúa´´,  no aparecía, ¡¡ para olvidar aquellos momentos !!. Si esto era en la playa del Rinconcillo, , ¿¿qué ``aventuras y desventuras´´ no habré vivido en la playa de Los Lances de Tarifa con los dichosos ``rulitos´´...?? : dejo a vuestra inventiva la capacidad de imaginarlas...
Pero a pesar de todos estos avatares pasé años maravillosos con Pelusilla y Choluca, que así fue como la bauticé: por cierto que todavía se conserva en muy buen estado al igual que el motor . Pronto encontré una rampa en el río Palmones y me dieron permiso para poderla botar: el problema consistía en que tenía que atravesar toda la Bahía para llegar al Estrecho..., ¡ casi ``na´´ !; con el tiempo se construyeron la del Club Náutico, hoy privatizada, y las que hay cerca que es por donde se botan en la actualidad.
Es paradójico, chocante y sorprendente que, a mis cincuenta años, tuviese que pescar bastante más profundo que en mi juventud : los motivos son conocidos por todos; no voy a empezar a pontificar de nuevo sobre este tema ya que en capítulos anteriores tenéis mi razonamiento sobre ello: la pesca submarina no ha sido la causa del paulatino deterioro del mar y del constante empobrecimiento de su flora y su fauna.
Bueno, la cosa es que ya no era un chiquillo y que tenía que hacer inmersiones mucho más hondas; si treinta años atrás dejé el tabaco por este deporte ahora le tocó al alcohol: durante unos años ni lo probé...
Comencé a practicar el yoga, ejercicios respiratorios y de relajación; tuve un buen profesor en mi amigo, y compañero de pesca en algunas ocasiones, Pedro de Vicente: además de médico es especialista en cultura oriental; la verdad es que todo ello me ayudó bastante, mi aptitud mejoró y perdí  kilos.
En la segunda foto tenéis un buen ejemplar de mero, un ¡¡burro!! hablando claro,  arponeado en la cueva que bauticé con el nombre de 18 de julio, que  ya os he mencionado antes con motivo de otras capturas.
Para ir terminando os voy a mostrar algunas fotos  más: 


                                       




               

Esta primera foto corresponde a un día en el que salimos Manolo y yo en una neumática que habíamos comprado entre cinco; él se encontró indispuesto y no se tiró al agua; la lubina es de los pesqueros del Campo de Golf y el ``tomatero´´ de los arrecifes del centro de Getares.  La segunda es de una jornada con Pepillo el Moro en la misma zódiac: son meros de la ensenada del Tolmo; esta lancha la teníamos en el agua atada a la popa de esa traiña: la cosa no terminó bien pues nos robaron el motor.
 








¿ A que puedo ``presumir´´ de bogavante ? En mi vida deportiva he capturado poquísimos lenguados: éste tuvo él solito la culpa de que lo arponease; estaba ``trabajando´´ a un abadejo en una losa de Arenillas  cuando, en una de las bajadas, lo vi posado sobre ella; jugando le di con la mano: se retiró un poco y siguió allí: repetí la operación varias veces con el mismo resultado; cuando terminé con el abadejo me dije: está diciendo que me lo coma y la verdad, que como lenguado es bastante hermoso, le voy a hacer caso...                                 


Este día salimos el Moro, Manolo y yo: es una pesquera de distintos lugares del Estrecho; la segunda son tres meros de la piedra de las Palomas; dicha jornada fuimos sólo Manolo y yo; el de la izquierda es de la cueva de los Borriquetes; lo arponeó mi compañero pero el tiro no cogió hueso, en este caso espina, y se nos escapaba: tuve que entrar a rematarlo.



                                                               



                                                                    

Mis sobrinas y yo con unos ``meritos tomateros´´.
Bueno, espero tener la oportunidad, como os he dicho renglones más arriba, de escribir el Epílogo de estas Memorias llevando a la práctica la idea que tengo: dependerá mucho de cómo me encuentre pues ganas y ánimos no me faltan...
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--- Hasta el Epílogo.