EL PARAÍSO PERDIDO-- CAPÍTULO 15º




                                                                                                     

                                                        
                                                                                            
                                                                                                                         
                                                                                                                                                                                                                            

                                                                                          EL PARAISO  PERDIDO 
No, su agonía no comenzó con la construcción del muelle exterior ni mucho menos: se había iniciado antes, muchos años antes; los primeros estertores de su degradación empezaron allá por la década de los ochenta cuando, sin la protección de una depuradora, se decidió hacer los vertidos urbanos en dicha zona; fue una muerte anunciada, imparable e irreversible que, con el transcurso del tiempo, se extendería a otros lugares de la Bahía. 
En un capítulo anterior os he dicho que no estoy en contra del progreso, que el momento actual es muy diferente al de hace medio siglo y que el ser humano tiene que avanzar; pero lo cortés no quita lo valiente y he sido testigo de las muchas barbaridades que se han cometido en aras de dicha prosperidad.
En estas primeras fotos he querido representar un antes y un después:
La primera es una preciosa foto, por lo menos así me lo parece a mí, de la Isla Verde; está hecha desde el Hotel Cristina y en ella podemos apreciar una hermosa perspectiva de la bahía; justo debajo de la puerta que se ve entre las palmeras, estaba la playa El Chorruelo de la que ya os he hablado; todavía no se habían erigido los antiguos astilleros, no estaban los tres primeros tanques de Campsa, tampoco se había pensado en el relleno por lo que no existía el trenecito de las canteras; se ven los dos ramales del rompeolas: el brazo sur sigue tal como estaba en dicha época y el brazo norte que, con el paso de los años, sufrió varias ampliaciones; sobre éste último, a la izquierda, se observa un punto negro que es una vieja grúa a la que llamábamos Titán y que nos servía, a los más jóvenes, para practicar la escalada con el consiguiente peligro para nuestra integridad física; no podía yo imaginar que años más tarde la usaría como referencia para encontrar piedras en los arrecifes exteriores. 
A veces, con ocho o nueve años, cuando ya me había bañado, me iba al puentecito para ver pasar los peces; las aguas azules, transparentes, cristalinas, emborrachaban mi visión; los delfines entraban por la bocana norte del rompeolas, nadaban por el puerto y luego, al pasar por debajo del puente, me hacían reír con sus saltos y cabriolas y salían jugueteando por la bocana sur, ¡¡sí!!, frente a la rampa por donde ahora echamos las neumáticas...
También llamaban mi atención unos peces grandes, majestuosos, con cansino nadar entre dos aguas; un día unos pescadores de caña me dijeron su nombre: corvinas.  
En la segunda foto vemos lo que existe hoy día en el lugar por donde iba el puentecito.
Las dos fotografías inferiores demuestran el gran contraste entre una época y otra y también reflejan las notables diferencias.

                                                           
                                                              LA  HIGUERITA      
       
                                                                                                                                                                                                                                                                                                    
                                                                                                                                                             
                                           
                                                                                                                                                             
                                                                                                        
Antes de comenzar este apartado quiero expresar mi agradecimiento a Víctor Tierra, hijo de mi amigo Jesús, por haberme proporcionado estas fotos antiguas que tienen un gran valor para mí; en la primera vemos, además de los actores, la higuerita: una palabra que tuvo mucho significado para nosotros en aquellos años; decir ``la higuerita´´ era imaginar pesqueros de ensueño, maravillosos, casi irreales...
Fue como un icono, algo a lo que se le profesa devoción, respeto, algo querido, cuyas ramas escucharon mil aventuras submarinas proferidas por bocas cuyas palabras tiritaban de frío; me sentía seguro bajo sus ramas, para mí era como un manto protector y creo que hasta  me daba suerte. Supongo que allá por 1734, cuando el ingeniero Juan de Subreville construyó el fuerte militar de Isla Verde, sobre el muro con escarpa que daba al levante, se depositaría la semilla que hizo nacer a la ``higuerita´´. Con ésto quiero decir que era vieja, muy vieja... Fue en el año 2006, en unas prospecciones arqueológicas que se hicieron en la zona, cuando desapareció; pero, hace unos días al tirar la foto que está debajo de la que comento, descubrí que, junto a la planta de la izquierda, quedan unos brotes de la histórica higuerita; no me extrañaría que volviese a extender sus ramas por el muro: aunque el paisaje que contemplaría ahora ¡es tan distinto!. Observamos en la primera foto que dicho muro estaba edificado sobre el propio arrecife; en la foto inferior a ésta contemplamos lo que hay en la actualidad: sin comentarios.
En la segunda fotografía, hecha en el mismo sitio pero ya de cara al mar, divisamos algunos de los arrecifes de la Isla Verde; el último que se ve era el que tenía un bloque encima; contamos nueve arrecifes o caños como le llamábamos; el noveno estaba a unos veinte metros de profundidad y, aunque podíamos pescar en él, la juventud todo lo puede, no era necesario pues el pescado lo teníamos a menos metros: de vez en cuando nos dábamos el ``gustazo´´ de visitarlo.
Os doy mi palabra que en aquellos tiempos era un vergel: meros, abadejos urtas, borriquetes, bodiones, sargos, corvinas..., centollos, bogavantes, langostas...Todos los arrecifes eran paralelos entre sí y a la costa, aunque tenían una estructura totalmente distinta unos de otros. Recuerdo que, hace más de sesenta años, me llevaron un día a una finca de campo que tenían unos tíos míos en Alcalá de los Gazules; algo que no olvido era aquella tarde en calma, con cielo totalmente transparente y,  cientos de buitres, dejándose llevar por las corrientes de aire ascendentes, planeando con suma lentitud, subían formando un enorme bucle; transcurridos unos años volví a rememorar dicha escena pero con el decorado totalmente distinto: era bajo la superficie del mar, en la Isla Verde, bajando a algunas piedras y los animales que formaban el tirabuzón alrededor mía no eran buitres sino cientos de sargos y doradas...Hasta tal punto llegó mi predilección por dichos pesqueros que había bautizado a la mayoría de las piedras y cuevas con un nombre: el banco central, la piedra del arenal, la del Titán, la gran loza, la de las doradas...
Me parece que en todos los capítulos de mi relato no he hecho nunca mención a lo siguiente: ¿no os parece raro que casi todas las capturas sean meros? Hay dos razones para explicarlo: la primera es que, como ha sido siempre, era la pieza codiciada, la de más valor: por cierto que se pagaba a 10 pesetas, 0,06 euros, el kg; en otro capítulo hablaré del controvertido tema de la venta del pescado; la segunda razón es que la mayoría de las especies no eran apreciadas;
los riquísimos boquerones de la Bahía se usaban para hacer ``guano´´, los carabineros, cuyo precio hoy día está más arriba de las nubes, se tiraban; ¿ para qué queríamos matar a una corvina de 50 kilos de las muchas que pasaban por el séptimo caño?
En la última foto de este apartado se ve el destino que tuvieron dichos arrecifes.

                                                                    FOTOS 
                                                                                                                                                                                         
                                                                                                      
                                                                                                                                                                   
                                                           

                                                                                                                                                                                         

Todas estas fotografías que vemos son de días de pesca en la Isla Verde. En la primera se nota que estaba haciendo la ``mili´´ pues parece que estoy en posición de ``presenten armas´´ a los meros. Maravilloso servicio militar que pasé gracias al deporte.
La segunda está hecha debajo de la higuerita: es de una pesquera en los arrecifes de la zona del Titán.
En la tercera, mi inseparable jersey en primer plano, intendencia militar no daba abasto conmigo, vemos una pesquera en la misma zona. Me gusta dicha foto pues tenemos una bella vista de los arrecifes de ``mi reino´´( sin petulancia por mi parte).
Jesús me acompaña en la cuarta foto: ese día nos fuimos, desde ese bloque plano que hay en la punta del rompeolas, hasta los arrecifes del Campo de Golf. Por cierto que Jesús, buen pescador y amigo, tuvo que abandonar la práctica del deporte debido a una lesión en la rodilla. Ya os hablé, en un capítulo anterior, que había pescado con tres generaciones de una misma familia; pues, en este caso, también he pescado con dos: con el padre y algunos días con su hijo Víctor: ¡qué viejo es uno!. En las dos siguientes fotos posamos, Felipe y yo, como para un casting: a mí ni el glucodulco me hace engordar. Las dos últimas están hechas debajo de mi querida higuerita: en la primera de ellas, por sacar la pesca, le tocó esta vez a Felipe: sólo le saqué parte del trasero y algo del pie; como para ir de fotógrafo a una boda.
En la última, también una jornada en la Isla Verde, el día estaba nublado y encima a la sombra de la higuerita, la foto salió algo oscura.

---Los nueve primeros capítulos están en el mes de mayo.
---Podéis abrir la Galería pinchando en una de las fotos inferiores.
---Con el reproductor se puede pasar de canción.
                                                                               Hasta el próximo.

                                                                                                  
                                                                                                                                                                               


                                











                                                                                                                                                                          

QUINQUENIO FANTÁSTICO-- CAPÍTULO 14º






                                                               









                                                        



QUINQUENIO  FANTÁSTICO

Con la llegada del año 1960, habiendo terminado los estudios en el internado, el devenir de mi vida sufre un gran cambio; regresé a Algeciras como un potro sin trabas: la primera ``coz´´ se la llevaron los libros... Mi deseo de libertad hace que todo gire alrededor de la pesca submarina y que, mi único pensamiento, sea pescar, pescar y pescar, sin darle ninguna otra opción a mi existencia. Os haré una confidencia: os aseguro que, si el tiempo se pudiera rebobinar cual cinta de vídeo, lo volvería a hacer una y cien veces; nunca me he arrepentido y, ahora con su lejanía y su análisis sosegado, veo lo feliz que fui en esos años: por ello el título del presente capítulo. 
Habréis advertido que había cierta diferencia de edad entre los compañeros más habituales de pesca y yo; como ellos tenían que trabajar solamente podían ir de pesca los fines de semana ; los demás días, para aplacar mi ``sed de mar´´, me las debía de valer por mi mismo; un día sí, el otro también y el de en medio, me iba a la Isla Verde; de esta manera llegué a sentir cierto cariño, cierta predilección, o llamémosle una mayor preferencia, por esta zona de pesca; hasta tal punto que si tuviese que elegir un pesquero entre todos los que conozco, sin ninguna duda escogería a mi Isla Verde; hablo en posesivo porque, con el tiempo, llegué a considerarla como algo propio, algo que, de cierta manera, me pertenecía; lo sentía así cuando, al ver mis compañeros una pesquera, me preguntaban si los meros eran ``de mi reino´´.
En el momento en que me propuse escribir estas memorias descarté por  monótonas, hacer descripciones de pesqueros, de acciones de capturas..., de esta forma habréis visto que, al hablar de un lugar de pesca, doy el nombre del sitio y, como mucho, explico alguna generalidad. Por ello me vais a permitir que le dedique un capítulo a ese lugar que me ha dado tantas satisfacciones: Al-Yazira-al-Jadra, en castellano, Isla Verde. Será el próximo capítulo y creo que le he puesto un título adecuado: El Paraíso Perdido.
Por aquellos años Felipe y Reguera trabajaban en Gibraltar y, todos los viernes, me teníais en la aduana esperándolos para preparar la siguiente salida; recordando esos momentos viene a  mi mente la realidad de nuestro país en dicha época; tengo una sensación agridulce de dichas circunstancias; mi evocación para aquellos barquitos, creo que eran dos, que utilizaban esos trabajadores para ir de nuestro puerto al de la Roca y regresar.
Fue en esta época cuando conocí a Idita y, desde entonces, hemos compartido la vida juntos. Ella fue la que me puso el calificativo de `` el vagabundo de la isla verde ´´: sé que lo hizo con todo su cariño sabiendo que era el piropo que más me gustaría; debéis comprender que eran los años de mi plena efervescencia deportiva y que casi pasaba más tiempo en la Isla Verde que en mi casa. Con Idita aprendí que también existen otros mundos fuera de la superficie del mar. He de agradecerle que nunca he tenido un reproche, nunca he escuchado una recriminación sobre este deporte, a pesar del sacrificio al que la he sometido dejándola sola durante cientos y cientos de días por irme de pesca; incluso en la actualidad, a pesar de mis años, no me dice una palabra cuando me ve preparando el equipo. Como os dije en el primer capítulo, dentro de unos días cumplo setenta años y le he prometido que ``colgaré las aletas´´.

                                                                                       Fotos

La primera foto corresponde a una jornada de pesca entre el Tolmo y Arenillas con los dos compañeros ya conocidos; el costero no pudo traer  los mulos y le tocó al pobre burrito subir la cuesta de la piedra del Abanico: pienso que el pobre animal todavía debe andar acordándose de nosotros...
En la segunda foto tuve como compañero a Pepe el Moro: fue un día en Calafate; ya debíamos de tener ganas para ir andando del Faro hasta allí.
La siguiente es en la Torre de los Canutos, la foto está hecha en Calarena; el compañero fue también Pepe, singular pescador y persona al que dedicaré más adelante unos párrafos; un sabor que no olvido: esas patatas con abadejo que nos preparó Juan Calvente.
Es que la tengo tomada con Reguera: otra vez medio cuerpo; el del centro, el del tupé a lo Elvis, es Jesús Tierra compañero de pesca y amigo.
En la última, aparte de admirar a los dos meros, aparte de admirar a Felipe, lo que es digno de nuestro ``éxtasis´´ es el delicado cinturón que luce: creo que le gana al mío de las flaneras...

---Los nueve primeros Capítulos están en el mes de mayo ordenados.
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                                                                                                Hasta el próximo
                                                                      

PERIODISMO-- CAPÍTULO 13º






 

                                                             



Cuando decidiste escribir una crónica sobre el fondo del mar, allá por 1961, amigo Pepe Vallecillo, entrevistando a un buzo, a un jubilado submarinista y a un pescador subacuático, ya habías recorrido los primeros metros de tu brillante carrera como periodista.
Nos habíamos conocido años antes al venir yo de vacaciones e ir a buscarte a la pensión donde vivías junto a tus padres, no lo recuerdo bien, creo que se llamaba La Mezquita, situada al final de la calle Castelar, haciendo esquina con Rafael del Muro, que es la que la que desemboca en el mercado de abasto; frente estaba el bar Bohórquez primera sede de la Sociedad el Mero ( ¡ cómo no ! ) que daba al callejón Santa María; un poco más arriba, la zapatería Hidalgo, famosa durante muchos años por el arreglo del calzado; subiendo la calle de la nueva pescadería, en la acera de la izquierda, estaba la bodega El Túnel, oscura como su nombre, de rancio olor a vino y a orujo, mal ventilada pero cuyo mistela y, especialmente aquellas aceitunitas, nos encantaban; misterios de la mente humana: recordar, después de tantos años, el sabor de unas simples aceitunas.
En aquel tiempo existían muchas pensiones y casas de huéspedes en nuestra ciudad; sin ir más lejos mi padre, además del bar,  regentaba dos: La Nacional y La Victoria; siempre ha sido un enigma para mí que lo tildasen de republicano con el nombre que le había puesto a dichos negocios: no lo he llegado a comprender por mucho que lo he intentado. Años de soldados que iban a África y de matuteros/as; a eso olían las habitaciones de dichos establecimientos: a militares y a montecristo, montecarlo y cigarrillos colón..., y a café ``el cafetero´´.
Sé que recordarás, donde estés, el gracejo, la chanza andaluza que tenía mi viejo; ahí va una de las suyas: a la llegada del tren a la antigua estación, con aquellos vagones de madera y máquina a vapor, y con el consiguiente ``regalo´´ de carbonilla a los ojos, iba reuniendo a los soldados que tenían que pernoctar aquí para llevarlos a la pensión; tenía preparados dos o tres carros de aquellos de batea grande para transportar el equipaje, en este caso los petates militares, y los camalos para empujarlos; ponía a los veinte o treinta militares en perfecta formación de fila de a uno y a los carros detrás como si fueran vehículos blindados: ese desfile por la avenida Agustín Bálsamo hasta la calle Castelar con él en cabeza, cual cabo gastador, era más bien bajo y gordito, saludando y riéndose con sus amistades, los soldados detrás , hasta llevando el paso, extrañados ante los aplausos de los trabajadores de la fábrica de harina Bandrés y de los ciudadanos que iban al cine Delicias o Florida: sólo faltaba la banda de música y ¡ ríete de la antigua parada militar del 18 de julio !...
Bueno, que líneas arriba dije que fui a buscarte; te encontré en la azotea,  te había dado por la pintura y estabas intentando plasmar en el lienzo las calles que tenías a tus pies: que si las proporciones, que mira lo conseguido del color, observa la perfección de las sombras..., sinceramente, Pepe, no te veía mucho futuro como pintor y, menos mal, que te dio por la escritura; sí señor, buenos ratos aquellos en la Cazuela que acababa de ser inaugurada en el Secano frente al bar Manolo; cuando los acólitos de Baco se habían adueñado de nuestras mentes terminábamos hablando de gnomos, de meigas o de espíritus.
Aquella vez que fuiste a verme al internado de Ronda no la he olvidado y bien sabes tú los dos motivos: el detalle de acordarte de un amigo que estaba allí ``encerrado´´ y el regalo que me llevaste; os lo doy a conocer: dos hermosas postales; no olvidar que eran los años cincuenta, un internado de religiosos, disciplina espartana, todo lo relacionado con el sexo era tabú..., y al amigo Vallecillo no se le ocurre otra cosa que llevarme una postal de Gina Lollobrígida en una escena mítica de la película Trapecio, a sus veintitantos años, con un bañador de lentejuelas y luciendo su escultural y seductora belleza..., ¡¡ para morir !!
La otra postal era más ``motivadora´´: Jayne Mansfield; otra belleza pero más a lo bestia, de figura rotunda; tenía como fondo un contrabajo y las curvas de ella se ceñían armónicamente a la del instrumento musical; llevaba un ceñidísimo traje blanco que realzaba sus encantos: su prominente busto se escapaba a borbotones por el escote... A la semana casi todo el colegio, más de cuatrocientos alumnos, habían visto las postales; el profesorado estaba extrañado del ``ardor místico´´ que flotaba en el ambiente..., hasta que alguien dio el chivatazo; registro al canto y, en el misal, que ocurrencia la mía, encuentran las postales; lo del misal fue pura psicología pues pensé que allí no se les ocurriría registrar. Consecuencias: tres meses de deficiente en conducta, dos meses sin recreo y un mes sin postre. Otra secuela: mi madre, al enterarse, al médico de los nervios.
Te marchaste sin haber visto hecho realidad uno de tus sueños: el monumento al padre Flores pero, tú bien sabes que, donde entra la política, mejor dicho donde entran algunos políticos partidistas y de bajas miras, todo queda emponzoñado. Pero, también sabes que los algecireños de dicha época no necesitamos ninguna demostración para reivindicar y recordar su figura y yo en dos aspectos: como sacerdote y como deportista.
Sé que ahora son otros los que disfrutan de tus elocuentes artículos periodísticos: seguro que escribes en el diario `` El Universo´´ teniendo como máquina de escribir el firmamento y sus teclas son las estrellas.
Pepe, ¡ hala !, números redondos: cien meros; la verdad es que, el año anterior al de la entrevista, ya había terminado en Ronda, ya había mandado, al menos temporalmente, los estudios de ``paseo´´, y ya tenía una dedicación exclusiva: la pesca submarina; pero, hombre, lo mismo pudieron ser noventa y dos que ciento uno... El día de la captura del mero de la foto, coincidimos en el lugar donde se hizo ésta: la sociedad de pesca deportiva El Mero; su sede social se había trasladado del café Bohórquez a la calle Muñoz Cobos, a la espalda de la iglesia de la Palma; las relaciones entre los aficionados a las dos modalidades de pesca habían mejorado: uno de los adornos del local, se ve en parte al fondo de la fotografía, era la pintura de un pescador submarino.Te impresionó el tamaño del pez, a mí también lo había hecho, pues fue el segundo mero de mayor tamaño y peso de mi vida deportiva: hoy me voy a tomar de nuevo la licencia en decir un peso: 32 kg. Creo que ese día comenzaste a pensar en escribir algo sobre el fondo del mar. En otro capítulo os contaré la historia, para mí bastante sabrosa y accidentada, del mero más grande que he capturado. Los dos meros de la segunda foto son del campo de Golf  y la tercera una pesca en el faro de Punta Carnero.

---En el mes de mayo tenéis los nueve primeros Capítulos.
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                                                                                                  Hasta el próximo.                                                                         

VIEJO LOBO DE MAR-- CAPÍTULO 12º

                                                                                                                                                                



















                                                                                

          VIEJO LOBO DE MAR
Un día, estando de pesca en la Isla Verde, por cierto  iba solo, escuché el ruido de un motor demasiado cerca; al sacar la cabeza para ver lo que ocurría, vi como un barco se dirigía en mi dirección muy lentamente; primero me sorprendió pues el tráfico marítimo no era muy grande en aquellos años y, a continuación, me preocupé ya que las relaciones entre pescadores de ``arriba´´ y de ``abajo´´ no eran muy cordiales: debemos comprender que en aquel tiempo se nos considerase unos intrusos que invadíamos su ``propiedad´´. Contemplé por vez primera su figura: de pie en la popa, agarrando con su mano derecha el palo del timón, con su mano izquierda haciendo señas, enjuto, muy derecho a pesar de los años, ya os mencioné que pasaba de los setenta, curtido por mil levantes y mil vendavales, bronceado por el sol de incontables estaciones y voz ronca que me decía: no te alarmes que sé quién eres. Me subí las gafas submarinas y me dispuse a escucharle sujetándome a la lancha; extendió su mano en dirección a un arrecife ( el sexto caño ) y me habló: cuando ayer iba pescando al curricán vi meterse, en la piedra que hay en aquel corte de la barra, un mero con más de veinte kilos; me dijo adiós y siguió su navegación. Fue el día en que conocí a Enrique; no os voy a dejar con la duda: acertó plenamente; la piedra, que yo conocía pues por dicho corte se pasaba para ir a los pesqueros de afuera, estaba a unos cinco metros de profundidad; desde la superficie se veía claramente gracias a que, como ya os he dicho con anterioridad, el agua era un cristal; yo estaba pescando en los arrecifes frente a la grúa Titán ( otro día os aclararé que era ) y tenía ya varios peces; pero la curiosidad pudo conmigo y, de regreso, fui a ver si era cierto aquello que afirmó; habréis observado que no soy amigo de dar pesos pero, en su memoria, lo haré por una vez: pasó en cinco kilos la cantidad que manifestó.
Al cabo de unos días, al pasar por la acera del bar Ruiz, alguien me llamó; os diré que dicho establecimiento estaba situado en la calle que va de la plaza de abasto a la Marina; era punto de reunión de un personal variopinto, especialmente pescadores; la persona que llamó mi atención fue Enrique; me preguntó si lo cogí y, al contestarle afirmativamente, su rostro dio una clara muestra de satisfacción; me di cuenta que era distinto y que no guardaba rencillas contra la pesca submarina: ya lo había demostrado días antes; me dijo directamente, sin tapujos, si me gustaría ir a pescar con él; ese día nació una buena amistad y fue el comienzo de ratos inolvidables; a este viejo lobo le gustaba el mar más que el aire que respiraba y, con el tiempo, me di cuenta que lo pasaba ``bomba´´ viéndome pescar. Era una persona totalmente desinteresada: sólo necesitaba gasolina para él, léase vino blanco y nunca aceptó un pescado ni nada de nada; se divertía estando en el mar, creo que con eso era suficiente.
Para que lo conozcáis mejor os contaré algunas anécdotas; el bote lo tenía atracado en la dársena que había frente al edificio de la aduana, justo en la segunda curva que veis en la foto; cuando yo llegaba al amanecer él ya estaba allí con medio motor desmontado; al rato me decía que ya nos podíamos ir, a pesar de que yo observaba piezas sin montar, siempre le sobraba alguna, pero nunca nos dejó  tirado; estando un día en Getares le gasté una broma, os la cuento para que sepáis como era: había arponeado a un ``burro´´, al que dejé blanco de un tiro en la cabeza y, metiéndome debajo del bote empujé al mero hacía el otro lado y salí gritando que se escapaba; era para haber visto a Enrique: a pesar de sus años se tiraba al agua...
Otra vez estábamos en el Tolmo que, por cierto, para llegar tardábamos más de dos horas y, haciendo un día extraordinario, me dice que no le gustaba nada el ``barrunto´´ del tiempo; al momento la bocana del Estrecho se pone negra con una niebla muy espesa; me hizo subirme al bote y sólo nos dio tiempo de refugiarnos en Calafate; de popa a proa no se veía en absoluto; había pasado más de una hora cuando de pronto se levanta, todo agitado, coge una barra de hierro y una lata vacía de gasolina y empieza a dar golpes como un poseso; yo tenía la capucha del traje puesta, y además siempre he sido algo sordo, por lo que no escuché nada; de la niebla surgió una traiña que, alertada por los golpes, había reducido su velocidad; gracias a él no nos embistió y no embarrancó, nosotros estábamos fondeados muy cerca de la costa, y ellos, totalmente desorientados, iban directo hacia ella.
Un lunes fui a su casa para organizar la próxima salida; lo encontré en cama; la familia me comentó que estaba grave pero ¡ qué entereza, qué espíritu, qué moral ! la de ese hombre; me dijo que estaba un poco ``malusquillo´´, palabras textuales suyas, y que el fin de semana saldríamos: ese viernes recibió sepultura. 
                                                                             
                                                                                              Fotos
La primera corresponde a un jornada imborrable en mis recuerdos; estuvimos los dos en la ensenada del Tolmo; era por el mes de julio y la vegetación marina estaba en pleno esplendor cubriéndolo todo; mi método de pesca siempre ha sido al agujero y en mi vida he pescado a la espera: ni creo que ya sea capaz: bueno ya, con mi edad, ni a la espera ni al agujero..., aunque, eso  sí, pienso ir algún día a ``cortarme la coleta´´; le comenté a Enrique que, debido a las algas, la pesca estaba difícil; nadando, sin mucha convicción, vi por encima de los coletos un bando de corballos; estos peces eran abundantísimos y creo que por su nobleza, en una palabra, por lo tonto que son, desaparecieron de las aguas poco profundas: no sé si a partir de los veinte metros quedarán; bajando a por los corballos, trece o catorce metros, veo a varios meros que salían de entre la broza; se quedaban parados, como si estuviesen observándome con curiosidad, con ese mágico abaniqueo de sus aletas pectorales que se asemejaban a la muleta del sin par José Fuentes; el resultado ya lo estáis viendo a bordo; junto a la panza del mero puse la aleta para, ya lo sabéis, hacer comparaciones: parece de juguete...
No me perdonaré nunca el desaguisado que hice al tirar la foto: allá en la popa, con el palo del timón en la mano, estaba el viejo lobo de mar y yo, por puro egoísmo de que se viera la pesquera, fui y lo dejé sin cabeza: no lo hice intencionado pero ahí está el resultado.
La segunda foto corresponde a una pesca, también con Enrique, de Getares, Aguadilla y Timoncillo; observar la escopeta: mosquetón, cuerda, arpón..., todo muy ``delicado´´ para facilitar el deslizamiento en el agua...
He puesto en esta página la tercera foto porque, la cabeza que se ve en el agua, es la de un hijo de Enrique y se llama igual que el viejo lobo; lo he hecho para que sepáis que he pescado con tres generaciones distintas: abuelo, hijo y un nieto, también pescador submarino y que se llama Antonio Rico.
La cuarta es todo un poema: tal era el cariño que le profesaba al jersey militar que me lo ponía encima del traje; era para evitar que lo rompiese al rozarlo contra las piedras; no me daba cuenta que, al empaparse de agua, la resistencia que oponía al bajar sería tremenda; ésta y la siguiente, que ya habéis visto antes, las hizo Enrique demostrando que era mejor fotógrafo que yo.
La foto de la dársena es para la añoranza: dejo a vuestra inventiva todos los razonamientos que os apetezcan.

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EVOLUCIÓN-- CAPÍTULO 11º

                   




  EVOLUCIÓN
Me llevé una sorpresa mayúscula al encontrar, entre las hojas de un viejo álbum, la foto superior. Corresponde a un día del verano de 1957 y muestra con claridad como fueron los comienzos, difíciles comienzos, de la pesca submarina en nuestra zona; la segunda, la del albornoz, es del 1958 y el lugar es el Tolmo; quiero que observéis el chaquetón que hay a la izquierda; la tercera es de un año después,  y ya  me veis con mi primer traje de goma. El título de este capítulo está motivado por la razón de que, al ver estas tres fotos, se desprende el proceso del desarrollo de nuestro deporte en Algeciras.
Cuando tuve ante mi vista la primera fotografía, no recordaba que existiese, evoqué de forma inmediata aquella jornada: fui, como no, a la Ballenera acompañado por un amigo que, por cierto, no tenía mucha simpatía por el mar; le atraía la curiosidad de conocer como era aquello de ``pescar bajo agua´´. Tuve suerte y salí con este mero quedándose el de ``secano´´ un poco boquiabierto; os he de decir que era el tercer mero de mi vida deportiva; el primero lo cogí en la Isla Verde y el segundo en San García.
Viendo dicha foto, creo que sobran los comentarios, se pueden imaginar los inicios de los que os hablé. Al chaleco militar le profesé un gran apego, no te protegía del frío pero, al llevarlo, parecía que te sentías más seguro y evitabas algunos cortes con las rocas; no sé si era estar cuerdo pero, alguna que otra vez, me llegué a untar grasa consistente... La máscara submarina también tiene su intríngulis: si os fijáis tiene dos cristales laterales como las escafandra de los antiguos buzos ¿--?.
En el cinturón de plomo, en un principio de piedras, también se recurre al material militar, muy propio de dichos años, y posee su embrujo: las pastillas de plomo las hacía derritiéndolo y usando como moldes flaneras del ``flan chino el mandarín´´. En la tercera foto se aprecia el cinturón con detalle y debo afirmar que la hebilla era muy práctica y segura ya que con un solo dedo se podía abrir; ¿ y el tubo ? : era metálico, en la parte superior doblado y en su extremo una malla de plástico que contenía una pelota de ping pong; me imagino que la idea del fabricante sería el evitar que entrase agua pero ocurría que, al mojarse la pelotita, se quedaba pegada al orificio de entrada y ya os podéis imaginar lo que sucedía cuando llegabas a la superficie deseando pegar la bocanada de aire...; más de una vez me acordé del productor y de mi querido hermano José María que fue quien me lo regaló, aunque a éste último lo eximo de toda culpa y rememoro el detalle con cariño.  
Me pasé el siguiente curso, entre lección y lección, pensando en algún invento para pasar menos frío y que pudiese estar más tiempo en el agua; lo de un traje de goma era inviable por varios motivos: no existía ningún comercio en mi ciudad especializado en ello, tampoco sabía si se hacían en España y, el tema principal, el dinero que podría costar. 
En la segunda foto, aparte de lo mono que me queda el albornoz, podéis ver mi idea en la parte inferior izquierda. En las vacaciones de semana santa traía el proyecto preconcebido; subiendo el Secano, en la esquina de una de las calles que enlaza con la calle Matadero, llamada así porque obligatoriamente tenían que pasar por ahí las reses camino del matadero, hoy día Teniente Miranda, como os digo, en dicha esquina había un pequeño taller de parches y recauchutados; el dueño, muy buena gente pero bastante nervioso, era sordomudo; los nervios le comían cuando no entendía algo; podéis reflexionar sobre la manera en que le hacía inteligible lo que yo quería: un chaquetón hecho con trozos de cámaras de coche; los diálogos para besugos del TBO tienen poco que ver con la que pasamos; pero al final lo comprendió y al regreso en verano lo tenía hecho. En un principio me ponía el chaquetón y el jersey militar encima pero, al ser la goma tan recia, las rozaduras en axilas y parte anterior del codo, eran tan dolorosas y de tal calibre que, con sólo recordarlas, se me saltan las lágrimas; cuando caí que era mejor el jersey debajo, se solucionó un poco. Creo que los disciplinantes o ``picaos´´ de la semana santa, personas que se flagelan la espalda, pasan menos dolor que el que yo pasé. Mi idea, quitando lo descrito, no me dio mal resultado y pude aumentar el tiempo de permanencia en el mar.
En la tercera foto ya se me ve con el traje de goma; el neopreno no era muy elástico y, al no quedarme muy ajustado, también me producía roces muy dolorosos; y lo que puso la ``guinda´´ fue el agua jabonosa que, en un principio, usé para ponérmelo: ``escamas saquito´´; el contenido en sosa cáustica de este producto era bestial con lo que, al quitarme el traje de goma después de varias horas, salía el traje y trozos de mi propia piel... y el ph se fue de paseo; a continuación no se me ocurrió otra cosa que ponérmelo con polvos talcos, pensé que al ser más suave iría mejor, pero la argamasa que se formaba entre el agua que entraba y la que yo ``soltaba´´ hubiese servido para pegar ladrillos... Como me dijeron que habíamos comprado un carrete en color compuse una ``pose´´ algo rara. 

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                                                                                            Hasta el próximo.

MI ADMIRACIÓN--- CAPÍTULO 10º


























 MI  ADMIRACIÓN
Mi admiración, mi respeto, mi homenaje, por aquellos que ya no están y que comenzaron a poner los cimientos de este deporte en Algeciras. Ninguno de ellos falleció como consecuencia de practicar la pesca submarina. Todos tienen algo en común: su amor por el mar. Dejando a un lado la emotividad, recuerdo con alegría todos aquellos ratos que pasamos juntos, de caminatas interminables para llegar a las más recónditas calas del estrecho, de pasar frío a ``espuertas´´, de conversaciones sin fin donde ``bajábamos´´, ``subíamos´´ y ``arponeábamos´´ más peces que en el propio mar..., creo que dichos momentos nos daban tanta felicidad como el ejercicio del propio deporte.
Pienso que es lo justo, no sólo eso, sino admito que tengo la obligación de dedicarle unas líneas a estos seis compañeros y amigos.
Voy a empezar por Paul pues es con el que tuve menos contacto; no supe nunca sus apellidos ni llegué a conocer su nacionalidad y para más ``inri´´ su español no era muy fluido; estaba un día sentado en la puerta de casa, en aquella época se solía hacer, cuando veo acercarse a una persona, indudablemente extranjera, que casi me doblaba la edad; dirigiéndose a mí, me preguntó si era el ``nino lichigo´´; salí de mi asombro al darme cuenta que preguntaba por el niño Lechugo: muy propio en aquellos años nombrarte por el apellido de tu padre; supongo que, al gustarle la pesca submarina, alguien le habría hablado de mí; sospecho que cuando venía por Algeciras lo hacía exclusivamente para pescar; ; persona afable, bonachón, amante del deporte y poco hablador: esto último sería por dificultades del idioma; un día quedamos para ir de pesca y, viendo que se retrasaba mucho, cosa impropia en él, me dirigí al hotel Anglo, que era donde se hospedaba cuando venía a Algeciras; me quedé helado al enterarme de que había fallecido; nunca supe ni cómo, ni cuándo ni de qué; no conservo foto alguna de Paul.
Al segundo amigo que le dedico esta página es a Antonio Manzano; otro de los veteranos , de los pioneros, en un principio pescábamos sin traje por ello, más de un día, bordeamos la hidrocución; íbamos de pesca en una ``bicicleta con motor´´ como él decía; era una Osa que se arrancaba pedaleando; no me explico de dónde sacaba fuerza el pequeño motor para llevarnos a los  dos, a los equipos y, al regreso, sumarle el peso de la pesca. Una frase que quedó para la ``posteridad´´ : ¡¡ vaya curva !! Os lo comento: regresábamos de la Ballenera y, en la curva muy cerrada que hay antes de llegar al antiguo restaurante El Arenal, posteriormente conocido como Casa Marcos, derrapó la ``harley-davidson´´, resultado: la Osita por un lado, la pesca por otro, los equipos a la cuneta y nosotros al asfalto... Antonio trabajó en una compañía de extracción de chatarra y, en un accidente con la dinamita, perdió tres dedos de la mano izquierda; por cierto, al sacar los restos de los pecios que existían en el Bajo de la Perla, las explosiones hicieron que hubiese poca pesca durante cierto tiempo; él me decía que era una verdadera pena ver la cantidad de cientos de peces reventados como consecuencia de las detonaciones. Cuando terminó el trabajo de la compañía en dicho lugar la vida volvió pronto, aunque a mí me faltaban todavía unos años para conocer esos arrecifes.  Tampoco tengo foto alguna de él.
El tercero es Pedro Montoya, fallecido recientemente. A decir verdad, pienso que le gustaba más todo el ambiente que rodeaba a un día de pesca, que el propio deporte. Pedro, no te enfades, pero no se te daba muy bien eso de ``mojarte´´; pero lo suplías con el ánimo que nos dabas para hacer aquellas duras caminatas y la satisfacción que demostrabas al ver que sacábamos una  buena pieza.
No hace falta que os presente a la persona de la primera foto; me hubiera gustado tener una con su flamante traje de goma. Lo veo, como si fuera hoy mismo, a su llegada a Algeciras acompañado de su madre; una de las distracciones de esos años, ya os la he comentado, era sacar una silla a la acera y dejar pasar el tiempo; estando aburrido con mis pensamientos,  un buick de color negro, más viejo que negro, se para en la esquina de abajo; bien, quiero que os situéis: estamos en la calle Castelar, más conocida por la calle Panadería y la esquina corresponde al edificio donde estuvo, en un principio, la casa de comidas María; en esa época no se había abierto el restaurante y vivían los dueños, la familia Aparicio y algunos vecinos: entrando en el portón, a la derecha, la sempiterna ``Mariquita la peluquera´´; en el primer piso vivió durante algunos años el sin par Felipe Campuzano, inundando con las melodías de su mágico piano a toda la vecindad ; en la otra vivienda es donde residió el padre Flores. De la ingente labor social de esta persona tenéis de testigo a todo el pueblo algecireño que os puede dar fe de ello; a mí me toca hablaros del deportista; al ser vecinos, nuestras viviendas estaban separadas por unos cuantos metros, pronto hicimos amistad. De la infinidad de actividades sociales que realizaba en ayuda del necesitado, hubo una que traía ``hipnotizado´´ a toda Algeciras: una subasta a través de los micrófonos de E. A. J. 55 Radio Algeciras Portavoz del Campo de Gibraltar; si hubiese coincidido en el tiempo con el programa de televisión Un, Dos, Tres, el nuestro habría ganado por goleada. Como conocía mi apego a nuestro deporte, un día me dijo que regalase una pieza para la subasta; me faltó tiempo para ello: le dije a Manzano si venía a la isla Verde; él no quiso tirarse pues manifestó que estaba algo indispuesto y el agua muy fría, era al principio del mes de febrero; me coloqué mi jersey militar y al agua que estaba ¡ puuff !; logré el mero para la subasta pero salí aterido, hasta tal punto que mi compañero me tuvo que llevar a la sala de calderas de los astilleros donde con el calor y un buen café fui reaccionando. Poco a poco el padre Flores se fue contagiándo con el virus de la pesca submarina y ¡ hala ! a pescar con el niño Lechugo; le gustaba, como a mí, los pesqueros de la Ballenera y, cuando ya había practicado cinco o seis días, señalando una piedra le dije: ahí hay un mero, ¡ apáñatelas tú solito !; era una forma rápida de aprender; me quedé a su lado y vi como lo capturó; como buen psicólogo lo agradeció diciéndome: esta tarde salgo con el pescado a cuesta al púlpito a la hora del rosario... Murió en un accidente de tráfico cerca de Sevilla el día 13 de mayo de 1964, cuando iba por material para la construcción de la nueva iglesia del Carmen. 
De Antonio Reguera, además de que el fotógrafo la tenía tomada con él, habéis conocido bastante en capítulos anteriores; en esta segunda foto está de rodillas abriéndole la boca a un mero con el cocle y mi pantalón parece que va encogiendo por días; fue un pescador sobrio, práctico y decidido
En la última foto vemos a Luis León; es el de la izquierda, por su sonrisa observaréis que era una persona jovial, simpático donde los haya; estudió también en Ronda donde nos contábamos penas y alegrías y soñábamos con las aguas de nuestro Estrecho; creo que antes de arponear un pez le contaba un chiste para hacer más llevadera la ``cosa´´. Murió muy joven, demasiado joven, casi sin haber disfrutado de la pesca y, lo que es peor, de la vida. La foto es en el Tolmo y Luis está acompañado de Jesús Tierra, también pescador y amigo, del que hablaremos en otros capítulos; tengo otras fotos de Luis que veremos con posterioridad.
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