TARIFA--CAPÍTULO 27º




TARIFA


Me vais a permitir un consejo para que la lectura de esta página, dedicada a Tarifa, tenga un complemento perfecto: buscar en el reproductor musical el himno de dicha ciudad y que os acompañe mientras leéis. Quiero pedir disculpas por las deficiencias que notéis en el sonido ya que ha resultado un trabajo muy prolijo el poder lograrlo; os lo explico: en el año 1982 me regalaron un vinilo, que he conservado con gran cariño, dedicado a los himnos de las ciudades que conforman el Campo de Gibraltar; el capitán Abel Moreno Gómez fue el encargado de dar vida a esta joya, por lo menos para mí lo es, dirigiendo a la Coral de la Academia de Música de la S.A.F.
Cuando pensé escribir estas memorias relatando mis vivencias como pescador submarino, me resultó imposible no dedicarle un apartado a dicha ciudad y a su entorno pues, además de las muchas alegrías deportivas, tengo un `` secretillo´´ guardado en los pliegues de mi corazón sobre ella..., que más adelante os cuento.
Al recordar lo del viejo elepé, quise que su sonido acompañase a estas líneas: primero lo tuve que pasar al disco duro de un dvd, de aquí a un dvd, de él al ordenador y utilizar un programa audio-extractor..., por ello me imagino que la calidad sonora se ha tenido que resentir.
Sabéis que nací en Algeciras, ``especial´´ de pura cepa ( como dice Manolo Escobar en su canción : adivínalo, adivínalo, de que pueblo soy..., sólo te diré que en el pueblo aquel somos ``especiales... ), apodo que recibimos, y aceptamos con afecto, los algecireños. Ha llegado el momento de  daros a conocer el secreto del que os hablé antes: mi Algeciras no debe ponerse celosa, pero estoy profundamente enamorado de Tarifa: el idilio se inició en los primeros años de la década de los sesenta al comenzar a ir de pesca submarina; ya no era sólo ir a practicar el deporte, que por cierto sus costas aledañas eran un paraiso parecido al de mi Isla Verde, sino que el embrujo empezaba con el amanecer al deambular por sus angostas calles...; después de más de medio siglo mi cuerpo sigue sintiendo aquellos aromas marinos, aquellas sensaciones casi imperceptibles que acariciaban mi piel, aquellos susurros de la brisa jugueteando en los estrechos callejones, aquel estallido de luz de rayos naranja en la Plazuela del Viento con la salida del sol y que el mar, cual caleidoscopio, rompía en mil colores cuando se reflejaban en sus aguas ; por eso os digo que ir de pesca a Tarifa para mí era algo más, mucho más, que sumergirme en sus cristalinas aguas....Como cualquier persona, como yo mismo, también ella ha envejecido pero, a pesar del progreso, del turismo, del tumulto, del ruido, todavía soy capaz de encontrar en el azul de su cielo, en el celeste de sus aguas, en la nívea espuma al romper sus olas, en cualquier rincón de sus calles, destellos, vestigios, que me hacen evocar aquella lozanía, aquella sosegada belleza, de tiempos pasados..... No debemos olvidar que, como dice su himno, Tarifa es noble y hermosa, noble pues su nobleza emana de su propia historia y hermosa pues es la perla que cierra el continente europeo por su parte más meridional.
Como encuentro la letra de su himno muy apropiada para tener una imagen de Tarifa, voy a ir intercalando sus estrofas en esta página. ¡¡¡ Ah !!!  ¡ se me ha ido el santo al cielo !, ¡ ya mismo os hablo de pesca submarina !
Respecto a mi estado de salud os diré que, en el día que escribo estas líneas, ya me han dado diez sesiones de radioterapia; mi organismo las está aguantando bastante bien; uno de los motivos de que tarde tanto tiempo entre un capítulo y otro es que, desde que se descubrió mi enfermedad a principio de agosto pasado, la mayor parte del tiempo estoy en Sevilla llevando a cabo el tratamiento.
                                                                                                                                                                                                                                                                  

Rosa blanca que sonríe, rosa blanca que sonríe
entre dos mares reposa, entre dos mares reposa,
rosa blanca luminosa que enamorada se siente
 cuando la besan las olas.....       




  

                      

Y son tus playas muy relucientes
y tu imagen llena de belleza y luz
y en tus aguas transparentes
brillan los rayos del sol






















Es Tarifa, noble y hermosa 
bello balcón de mi España,
es Tarifa, rosa temprana
que el viento en el mar dejara
                                                  




















Tu perfume llevo dentro
y en mi corazón lo siento, 
 y en mi corazón lo siento
por donde quiera que vaya     































Las olas del mar bravío
guardan silencio en la noche
la luna blanca se asoma
por los altos torreones y

con su plata la adorna






Eres bonita cual luna guapa
guapa que tiembla con emoción
en las noches tarifeñas
llenas de ensueño y amor....
                                                                                                              
 
El viernes 12 de abril terminé las 33 sesiones de radioterapia que me han dado en Sevilla; ya estoy en casa y puedo dedicarme a terminar estos recuerdos que, por fuerza mayor, he tenido algo abandonados; me encuentro bastante bien y no me falta el ánimo: hasta tal punto que el domingo me fui a Tarifa para hacer alguna de las fotos que ilustran esta página.
Como ya os relaté en capítulos anteriores, la noche de la víspera de una jornada de pesca eran horas de insomnio, de nervios y de ensueños: ésta no podía ser menos pues el trío, léase Felipe, Reguera y yo, habíamos quedado en ir a descubrir la Tarifa submarina; os estoy hablando de los primeros años de la década de los sesenta, hace más de medio siglo y donde, cualquier viaje, era una pequeña odisea; no debemos olvidar el marco político y económico que vivía la España de aquellos años.
Me he preguntado muchas veces el motivo que nos impulsaba a ir a ``sitios lejanos´´ cuando teníamos a ``tiro de piedra´´ todo lo que necesitábamos para la práctica de nuestro deporte: en los aledaños de Algeciras estaba mi Paraíso Perdido, mi Isla Verde.... Creo que la respuesta a dicha pregunta está en la idiosincrasia, en el temperamento, en el carácter del ser humano..., en su espíritu al que atrae todo lo desconocido, todo lo misterioso, rodeando de un halo, de un aura, a todo aquello que ignora y que desea conocer. Para mí los grandes avances de la humanidad se deben a esta característica.
Como teníamos que coger el autobús de las siete de la mañana a las seis ya estaba levantado: comenzaba el `` rito sagrado ´´ del recuento del material del equipo aunque, comparado con el de hoy día, bien poca cosa era; la sombra de mi madre se movía en la oscuridad dándome los últimos consejos...
El primero que estaba en la acera de la Marina, desde donde salía el autobús, era yo, nerviosito, pensando en lo que nos depararía el día; la mañana era preciosa, de un azul intenso, sin la más ligera brisa, realzando su belleza el resplandor de la luna que, a pesar de haber amanecido, lucía cual disco de plata incrustado en el cielo sobre los montes del Cobre; con la llegada de mis dos compañeros empezaba la sempiterna tertulia...
Antes os he dicho que un pequeño viaje era casi una aventura; los autobuses de aquel tiempo, de la empresa Comes, los verdes, eran rechonchos, ``panzones´´ y, recién arrancados, ya iniciaban su monólogo de quejas y lamentos... La carretera tampoco acompañaba, estrecha, de firme irregular, sin arcenes y con mil curvas, hasta tal punto que en estos años se decía un piropo a una mujer `` maciza ´´ : `` anda niña que tiene más curvas que la carretera de Tarifa...´´ La subida a Pelayo, barriada situada a unos siete km de Algeciras, era todo un poema : el motor comenzaba a rezongar, a gruñir, a refunfuñar mil y un improperios..., sólo se calmaba con la parada en dicho lugar.
La ``escalada´´ del Puerto del Bujeo por parte del autobús era harina de otro costal : sólo tiene unos cientos de metros, no es ni mucho menos el Tourmalet, pero el motor pasaba de los simples insultos a las más soeces injurias... 
La atmósfera cambiaba totalmente con el descenso del Puerto: eran cuatro o cinco km de bajada donde el motor, agradecido, iniciaba un suave ronroneo y se inauguraba el rechinar de los discos de freno y el crujir de la carrocería; como intuyendo algo, las conversaciones entre los pasajeros cesaban como por ensalmo y, especialmente, llegando a las curvas denominadas de las ``eses´´, el silencio en el interior se podía cortar con un cuchillo... En un trayecto, en el que hoy día se suele invertir poco más de quince minutos, se tardaba mucho más de una hora, si no surgían imprevistos.
A continuación os voy a mostrar unas fotos que tienen relación con un día de pesca submarina en dicha ciudad :    


                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  
 


                                                                                                                                                                   




 








                                                                                                                                                                                                                                                                              

                                                                                                                                                                   

     
      

Una vez terminado el viaje, y habiendo descendido del autobús, cruzábamos por la Puerta de Jerez, donde  intuíamos las figuras fantasmales de Tarif y Muza y, bajando por la calle que da al Mercado, comprábamos churros en ese puesto que he fotografiado: está tal como hace cincuenta y tres años, creo que hasta con el mismo color de pintura... Al ser domingo, como os he dicho, fui algo tarde y lo encontré cerrado; la foto de la puerta verde corresponde al bar donde tomábamos café, no sé si continúa abierto hoy día, está situado frente a la churrería.
Nuestro desayuno no podía ser de lo más ``apropiado´´ para luego tirarnos al agua: churros, café cargado y copa de brandy..., una verdadera ``bomba´´ que estallaba al rato de estar subiendo y bajando : más de un día las morrallitas también saborearon ``restos´´ de churros.
Transitando por esas callejuelas, con sabor árabe y cristiano, y que a mí tanto me atraen, subíamos hasta la Plazuela del Viento desde donde, como podéis observar por las fotos, se divisaba perfectamente La Caleta, lugar donde íbamos a pescar; todo esto está totalmente cambiado: desde la misma Plazuela tomábamos una vereda que, a campo través, descendía hasta la orilla del mar.
En la foto de la izquierda de la Caleta se ve, en primer plano la Alfarería y al fondo la Casa del Náufrago; en la última fotografía se divisa un primer plano de las ruinas de dicha Casa; indistintamente, según el día, montábamos el campamento en uno u otro lugar.
Podéis deducir por las ilustraciones que la zona de pesca era muy apropiada: los arrecifes, muy compactos, fuertemente erosionados por los temporales de levante y las fortísimas mareas, ofrecían numerosas losas, lajas, rocas..., desgajados de ellos; hay numerosas cuevas y escondrijos donde la vida submarina florecía con todo esplendor: no os quiero cansar, en una palabra, en aquel tiempo un verdadero edén.
Al regreso comenzaban los problemas: el primero era como subir la pesquera hasta la Plazuela del Viento; aquí no teníamos ni mulos, ni burros con los que llevar las sacas de pesca hasta arriba: la solución nos la dieron en la alfarería: un carrillo de mano; era verdaderamente agotadora la tarea, añadiéndole el cansancio propio de la jornada de pesca; ya en la Plazuela el segundo problema que se nos presenta es transportar los cuatro o cinco petates militares, llenos de pescado, y los equipos hasta la parada del autobús: hubo suerte y alquilamos una pequeña camioneta quedando con el dueño para próximas jornadas.
La última contrariedad apareció cuando, conductor y revisor, se negaron a meter en el maletero los sacos: que si olían, que iban a apestar todo el autobús..., todo quedó arreglado con un par de hermosos peces.
Por desgracia no tengo mucho material fotográfico de aquellas primeras jornadas en Tarifa, hubiese sido muy interesante; a continuación os muestro algunas :











En la primera foto, la de color, aparece un nuevo compañero que estuvo algún tiempo pescando con nosotros, es Pedro de Vicente persona que se apuntaba a cualquier tipo de deporte, descubierto o por descubrir; falta el compañero que la hizo, Reguera.
No os he comentado que debido a las imprudencias, no al propio deporte, he perdido parte de la audición; en el oído izquierdo, día que se aprecia en la segunda foto, tengo una pérdida del 45%; la audición en el derecho la perdí totalmente hace muchos años; la pesca submarina no tiene ninguna culpa, el culpable fui yo por forzar a mi organismo más de lo debido: si tienes un buen catarro olvídate de sumergirte pues no compensarás bien...
La tercera es una buena pesquera en dicha zona La Caleta de Tarifa. El día de la última fuimos Felipe y yo solos; al hacer yo la foto, sólo quedó como testigo mudo mi fusil....

...Próximo capítulo : Zahara de los Atunes.

...Pinchar en una de las fotos para abrir la Galería de fotos donde las podéis ver ampliadas, una verdadera ``gozada´´ aunque lo diga el padre de la ``criatura´´.

...Acompañar la lectura con el pasodoble Tarifa.

P/D: cinco de las fotografías que ilustran esta página no son propias, las he obtenido de internet : si el autor o autores creen que las debo retirar con sumo gusto lo haré, me lo pueden comunicar mediante la sección ``comentarios´´.

                                                          Hasta el siguiente Capítulo.