LA CUEVA DE LOS BORRIQUETES-- CAPÍTULO 29º






El próximo día treinta de julio se cumplirá un año de haber advertido mi organismo los primeros indicios o síntomas de la enfermedad; no, no os quiero cansar hablando de ello pero, como cuando esto me ocurre ya estaba escribiendo estas memorias, deseo que sepáis el estado en que me encuentro; a principio de junio pasé la primera revisión, ¿ cómo os lo explicaría ?, vamos a ver: sé que estoy inmerso en una guerra en la que la primera batalla ya ha tenido lugar y ha quedado ``en tablas´´; tengo al enemigo en la trinchera de enfrente con la bayoneta calada pero yo estoy en la mía esperándolo con el mauser cargado dispuesto a no dejarme vencer.
Me dijeron que mi vida iba a cambiar mucho, la verdad es que no lo niego, en parte así ha sido: hospitales, quimioterapia, operación, radioterapia, cansancio..., pero hay algo en el ser humano que lo hace capaz de luchar contra todas las vicisitudes y yo lo hago; me siguen gustando las mismas ``pequeñas cosas´´, sigo haciendo lo mismo que hacía, disfruto con aquello que, al igual que antes, logra despertar mis sentimientos, me emociono con todo lo bueno que te ofrece la vida, que es mucho, y el ``cascarrabia´´ que llevo dentro aparece como solía hacerlo..., ¡ ah ! ya he empezado a andar, bueno no tantos kms y de ``legionario´´ he pasado a desfilar  como lo hace el batallón de los ``regulares´´.
En el mes de septiembre me toca la segunda revisión. 


                                                  
 

                                                         

                                                      



                                                         











En estas fotografías estoy acompañado por el amigo Pedro; estuvo algún tiempo pescando con nosotros, ya os he comentado que se apuntaba a todos los deportes, inventados o por descubrir.
La primera foto demuestra que no anduve muy acertado en el arponazo; se ve mi sempiterno fusil cuyas gomas, como ya sabéis, estaban confeccionadas con las del freno de las antiguas máquinas de ferrocaril; por cierto que nunca supe para lo que servían, pero a mí me iban de maravilla; en la segunda, con Felipe de ``paisano´´, fue la época en la que no podía pescar, vemos algo que ya pasó a la historia: las ``garitas´´ que jalonaban toda la costa del Estrecho; eran años duros, muy duros, en la historia de nuestro pais, ellas son testigos de lo que digo: servían para que los miembros de la Benemérita, que llevaban a cabo la vigilancia de la costa, pudieran guarecerse de la intemperie.
Al mero grande de la tercera foto lo arponeé en un bloque que hay al pie de una de las crestas, de las que ya os he hablado, frente a las ruinas del castillo del Tolmo; no fue un tiro muy certero y se desarponó; os voy a decir una cosa: siempre he pensado que, si al arponear una pieza se iba a escapar, prefería que huyese sin ``rozarla´´; he vivido momentos desagradables al marcharse un mero herido, buscarlo y no encontrarlo y, al regresar a los pocos días al mismo pesquero, hallarlo con la cabeza metida en un agujero donde fue a morir; la mayoría de estos peces de cueva son territoriales por lo que si escudriñamos por las piedras cercanas tenemos muchas posibilidades de encontrarlo; éste me dejó el arpón echo un ocho; comencé a registrar las piedras que hay alrededor de la cresta pero nada; al pasar por encima de dicho promontorio, el agua  estaba clarísima y no más de seis metros de profundidad, vi ese colorido muy especial con que se tiñe el agua del mar al diluirse la sangre: se había refugiado en una grieta de la cresta; le pedí el fusil a Pedro y acabé con su sufrimiento y con el mío de pensar que podía ocurrir lo que os he relatado antes. De la última foto no haré ningún comentario: quién te ha visto y quién te ve Juan Manuel....


LA   CUEVA   DE   LOS   BORRIQUETES















Al estar tomada la foto de la Piedra de las Palomas algo lejos, os recomiendo que pinchéis en ella para ampliarla y observarla mejor.
Decir ``cueva de los borriquetes´´ es experimentar al momento, es recordar de inmediato, una sensación de frío atroz, de frío que te llegaba a los huesos, que casi te paralizaba y te llevaba al borde de la hidrocución...; no, no creáis que exagero: pasaré a explicároslo.
Eran los tiempos del bañador, del jersey militar, de la grasa consistente y de pasar ``tiriteras a granel´´.
Aquella isla tenía un poder hipnótico sobre nosotros; cuando íbamos a la Cañá del Peral, debajo del cuartel de la guardia civil, antes de tirarnos al agua, nos pasábamos un rato mirándola, creo que todos pensando lo mismo y sin atrevernos a expresar lo que rumiaban nuestras mentes..., nunca mejor dicho: como las manadas de ñus que, al llegar al río Mara, se lo piensan una y otra vez para atravesarlo.
La foto de la isla está tomada desde la zona de las Azofeas; la parte de la costa más cercana a la Piedra de las Palomas se sitúa justo debajo del antiguo cuartel, hoy en ruinas, de la Cañá del Peral; delante de la isla hay una cadena de arrecifes que corren paralelos a ella.
No recuerdo quién fue, pude ser yo mismo, el que dijo un día que fuésemos hasta allí: al momento nos sentimos todos aliviados pues lo deseábamos y nadie era capaz de decirlo. En la actualidad pienso que, para ser la primera vez, no escogimos la jornada más apropiada. Os doy mi palabra que lo estoy evocando como si estuviese ocurriendo ahora mismo: tengo una buena memoria y, como siempre he vivido todos los momentos de mi vida intensamente, quedan grabados en mi interior de una forma casi indeleble; mi familia y amistades se admiran de esta facultad mía: lo digo sin ningún tipo de petulancia; debido a mi pasión por la pesca submarina todo lo relacionado con ella soy capaz de actualizarlo en un instante.
Os voy a resumir las sensaciones experimentadas dicho día: agua gélida, azul, fuerte corriente, bosques de posidonias, nacras, rayas pastinacas...
Lo habíamos decidido: por fin íbamos a atravesar ``el correntín´´; así bautizamos, por motivos obvios, que más adelante os explico, a la distancia que separa la costa del islote; bañador, fusil, aletas (¡ojo! las ``aletitas´´ de aquellos años...) , careta, tubo, algunos con el jersey, otros ``a pelo´´ y talega con algunas piedras por cinturón..., una verdadera aventura.
Cuando nos despegamos del amparo de las piedras y de los arrecifes de la costa, del bofetón que nos dio la corriente por poco nos saca las caretas, comenzó la desbandada, una huida hacia adelante, levantando más espuma con las aletas que los rebaños de ñus al atravesar el susodicho río; íbamos cinco pero, por el ``espumerío´´, debía parecer un regimiento; no, no era el día más indicado: había comenzado la bajamar con el consiguiente aumento del tiro de marea, el coeficiente debía de ser bastante grande, en esta época no teníamos ni idea de estos factores, y encima, por la orografía del lugar, se producía un estrangulamiento entre la costa y la isla, lo que daba origen a un verdadero río...; el viento, no muy fuerte, era de poniente por ello el agua estaba muy clara, muy fría y potenciaba la velocidad de la marea.
De pescar ni soñarlo: nos pudimos dar por satisfechos en lograr subirnos a los arrecifes; de llegar a la isla, de la que nos separaba escasamente unos cientos de metros, ni intentarlo; allí estábamos encima de un arrecife, ateridos y morados de frío, acurrucados los cinco, sin lograr reaccionar pues el fresco del viento y las salpicaduras de las olas impedía que entrásemos en calor...; a todo esto hay que añadir el sinsabor de no haber conseguido llegar a nuestra deseada meta; entre el castañeo de dientes y la tiritera de frío sólo lográbamos decir: ¡¡ vaya corriente !!, ¡¡ vaya ``correntín´´ !!; desde este momento, y para la posteridad, pasó a llamarse dicha zona ``el correntín´´... En años posteriores pudimos comprobar la riqueza de estos arrecifes y de toda la zona que rodea a la Piedra de las Palomas.
También guardo otros recuerdos de ese día: el fondo cercano a la costa es muy pedregoso y, a medida que te alejas de ella, va descendiendo hasta los ocho o diez metros, transformándose en un fondo arenoso totalmente alfombrado por un manto de posidonias, ¡¡ una gozada para contemplar !!, donde sobresalían decenas de hermosas nacras y, por lo que observé, era el ``reino´´ de las rayas pastinacas, nosotros las llamábamos ``chuchos´´, pues las había casi formando piaras..., ¡¡ en mi vida he visto tantas juntas !!; posteriormente llegué a pensar que, debido a las características del lugar, podía ser una zona de reproducción; con el paso de los años las posidonias, las nacras y las rayas desaparecieron..., por favor, que ciertos defensores de la naturaleza no culpen a los que practicamos este deporte pues yo he sido testigo de los sacrilegios que se han cometido, y se siguen cometiendo, en esta región, contra todo lo que tenga que ver con el medio  ambiente: se ha profanado y pisoteado con el beneplácito de todo aquel que podía evitarlo...
Os preguntaréis, ¿ y la cueva de los borriquetes ? : tranquilos que primero tenemos que llegar a la isla y el primer intento ha sido fallido. Del regreso a la costa mejor no hablar: pero nos impulsaba el deseo de estar junto al calor de la hoguera y saborear el buen té moruno, con mucha azúcar, que nos hacía reaccionar.
La segunda tentativa tuvo éxito: era un día de suave levante, por lo tanto las aguas estaban mucho más cálidas, tuvimos la suerte de coger el reparo de la marea pues no había ninguna y pisamos muy pronto la isla casi sin esfuerzo; el hecho de estar en ella hizo que casi nos olvidásemos de la pesca; la recorrimos de norte a sur y de levante a poniente; os diré que su suelo es muy escarpado, difícil de caminar, con numerosas cuchillas pero tiene la gran ventaja que podías encontrar abrigo para tomar el sol y entrar en calor; esta isla continúa en un soberbio arrecife sumergido en dirección a la costa africana, interrumpiéndose a veces en bancos de arena hasta llegar al conocido Bajo de la Perla, del que ya os he hablado; todo esto lo fui conociendo con el paso de los años.
 El fondo marino que la rodea es muy agreste y abrupto; estuvimos de inspección a su alrededor, muy cerquita de ella, admirando la riqueza de su flora y fauna; de verdad es que casi olvidamos los fusiles ante la emoción que sentíamos por estar allí; en tan  poca agua, sólo cogimos tres meritos ``tomateros´´, de cuatro o cinco kgs. y dos buenas lubinas.
En la tercera visita fue cuando vimos por primera vez a la que bautizamos como ``cueva de los borriquetes´´; si observáis la foto de la isla, en su pico exterior y unos cuarenta metros de distancia de ella, ahí está situada la entrada superior de dicha caverna; esta entrada, a una profundidad de seis o siete metros, es un boquete casi circular de un metro y pico de diámetro, que continúa por una especie de chimenea que va bajando y ensanchándose; he llegado a pensar que podían ser antiguas rocas volcánicas en cuyo interior se había quedado una burbuja; es un promontorio o farallón que sube desde el fondo, a unos doce metros de profundidad, hasta unos cinco o seis metros de la superficie; situándonos en su entrada superior, toda la parte derecha es maciza sin ninguna oquedad y la parte izquierda también es compacta pero, a medida que descendemos, se va abriendo una hendidura; justo frente a la entrada superior se abre la otra abertura, más bien grieta, muchísimo más amplia que la primera; ambas están a una distancia de unos seis metros; ¡¡ quién me iba a decir a mí que, con el paso de los años y la experiencia, entraría por la parte inferior y saldría por la superior...!! De ello ya tendremos tiempo de hablar, sigamos con aquel día.
El motivo de su descubrimiento fue aquel cardumen de hermosísimos borriquetes que nos llevó hasta la entrada de su ``mansión´´: de ahí deriva el nombre que le pusimos; no he visto peces más ``amigables´´, casi los podías tocar con la mano, de tal forma que capturamos cinco, el más pequeño con unos tres kg., fuera de cueva...; cuando llegué a la entrada superior y vi aquella oscuridad, hasta algunos años después no supe lo que era una linterna submarina, hacía un poquito de mar de fondo, muy poco, pero lo suficiente para producir el efecto de succión y, todo esto unido, produjo en mí cierta aprensión y recelo.
Con los años, las linternas, el traje de goma y la experiencia...todo fue cambiando; el bando de borriquetes disminuyó y los moradores más deseados de la cueva pasaron a ser meros, abadejos, urtas y tachanos; estos últimos también fueron paulatinamente desapareciendo; entrábamos por la parte inferior y llegábamos a la parte central que es la más amplia: allí encendíamos la linterna, la llevábamos apagada para evitar asustar a los peces, e iluminábamos los recovecos a nuestra derecha e izquierda, lugares donde solían refugiarse; si disparábamos, los arponazos normalmente eran en zonas vitales, salíamos por la parte de arriba y vuelta a empezar para sacar la pieza.
La foto de los meros, ¡¡ vaya con la maravillosa distribución en que los puse, tapándose unos a otros !!, corresponde a una jornada de pesca en dicha Isla y sus arrecifes; salimos desde la costa y pescamos en el citado lugar; los dos meros  superiores son de `` la cueva de los borriquetes ´´. Aquel día estuvimos pescando Pepe `` el Moro ´´ y yo.            
  



Como el día 15 de julio es una fecha que marca un hito en mi vida, os remito al capítulo 18 de estas memorias, aparte de las celebraciones familiares, quise hacerme un regalo yo mismo; temprano, sin decir nada en casa para evitar trifulcas y escuchar varias veces `` que estás loco ´´, cogí el coche y puse rumbo al Faro de Punta Carnero; seguí y llegué hasta la Cañá del Peral, frente a la Isla.
¡¡ Fijaros el `` pedazo ´´ de día que hacía !! : agua como un plato, tremendamente azul, ¡¡ sin corriente ninguna para ponerme los dientes todavía más largos !! , viento en calma... Os juro que no bajé a la costa porque si lo hago me desnudo y me tiro al agua.
Sentado en una piedra, y viendo lo que tenía ante mis ojos, me sentí reconfortado; olvidé que cumplía setenta y uno, si somos optimistas es uno más y si eres pesimista es uno menos, y rebobinando esa cinta de vídeo que llevamos dentro pasé un rato excepcional, desechando todo aquello que me podía producir inquietud...
Como la foto que tenía de esta zona estaba tomada desde muy lejos, aproveché el momento y tiré algunas; en la primera, entre los arrecifes de la costa y los de la Isla, se ve la zona a la que bautizamos como `` correntín ´´..., que hoy, debido a la bonanza del tiempo, brilla por su ausencia; podéis observar mucho mejor, en estas dos fotografías, todo aquello que os he descrito. 
Ya va acercándose el final de estas memorias, aún queda algún que otro capítulo... 
                         --- Hasta el próximo capítulo
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