CAMBIOS-- CAPÍTULO 20º






                                                                                                                                                      





















                                                                                                                                                                                                                                                                                              






                                                                                                                            CAMBIOS


El ``quinquenio fantástico´´ estaba llegando a su final porque, en primer lugar, el servicio militar, más acuático que militar, ya que al ser pernocta pasé mayor tiempo debajo agua que en el regimiento, había concluido; la segunda causa de la finalización de dicho período fue que conocí a Idita y, la tercera, que ya era hora de ``sentar cabeza´´ y reanudar los estudios, tanto tiempo abandonados.
Para mi reencuentro con los libros marché a Cádiz, aquí no habría aprendido ni los nombres de las asignaturas, y me propuse, sin olvidar ni mucho menos la pesca submarina, terminar la carrera escogida. Como la mayoría de los compañeros del equipo, ya sólo podría pescar los fines de semana y esperaba la llegada del viernes con tanto deseo como en Ronda ansiaba el inicio de las vacaciones; dicho día, por la tarde, en autobús, en moto, en lo que fuese, tomaba rumbo a Algeciras.
Pero aquí surgió un problema que yo no había tenido en cuenta: tenía que compartir el tiempo, el sábado y el domingo, con mis dos amores, con Idita y con la pesca; intentando buscar una solución al dilema, urdí una pequeña trama algo sibilina: involucrar a ella en mi deporte. Un viernes, a mi llegada, comencé a poner en práctica mi plan: que te va a gustar mucho, que va a hacer un día fabuloso, que ahora en otoño no quema el sol, que no voy a estar mucho tiempo en el agua, que me vas a ver pescar, que te puedes distraer haciendo punto o leyendo..., la primera parte de mi ``conjura´´  dio resultado; lo que no supe pronosticar fue su final...
A las nueve nos subimos en el autobús de la CTM de Getares ya que no era muy apropiado llevarla en motocarro; desde su parada de destino, junto al restaurante El Arenal, hoy día Marcos, hasta la Ballenera el trayecto no es muy grande, por lo menos para mí que estaba acostumbrado a caminatas maratonianas: pero no pensé en ella; por esta causa empezó a ``torcerse´´ un poco el día y mi plan; llegados al lugar, con buscar un sitio cómodo, poner aquí la comida, preparar el equipo, en esta piedra plana con la toalla vas a estar muy confortable, escucha el rumor del mar, vaya tiempo magnífico..., con estos y mil argumentos más, logré que el ambiente se fuese normalizando y que la tensión disminuyese.
Me tiré al agua sobre las once y media después de múltiples recomendaciones, consejos, advertencias, donde la frase ``ten cuidado y no tardes´´ me la había repetido una y mil veces y la misma cantidad lo había yo prometido. Tened en cuenta que su desconocimiento sobre este deporte era total, que es del interior, cordobesa, de Priego, y que el mar le causaba, y le sigue provocando, un profundo respeto. Pero hasta aquí, con excepción del primer escarceo a cuenta de la caminata, marchaba la cosa bastante bien y yo pensé que todo iba como miel sobre hojuelas.
Una hora, como mucho una hora y media..., se lo reiteré una y otra vez pero, parece mentira Juan Manuel, que no supieses lo que terminaría ocurriendo: debajo agua el tiempo toma otra dimensión, se paraliza o corre demasiado veloz, es como si no existiera, uno no se da cuenta de su discurrir y la duración del baño se multiplicó por tres....., ¿ por qué no te quedaste cogiendo burgaos o lapas, o intentando atrapar camarones agarrándolos por los bigotes...? Un día de fábula, la superficie del mar como un espejo, el agua como un cristal y ese sexto sentido que parece que tenemos los veteranos pescadores submarinos que nos indica, al notar ciertas particularidades en el mar, que la jornada va a ser fructífera.
Le había dicho que siempre me tendría localizado gracias a la cámara de moto que hacía de boya, a la que por cierto le había puesto la típica banderita, que yo nunca usaba, para que la viese mejor; pero, para complicar más las cosas, doblé la punta de la isleta, arrecife grande de la Ballenera, y me fui en dirección al Timoncillo: por dicho motivo no me podía ver.
Por el sol me di cuenta, más o menos, de la hora y lo supe con exactitud al regresar: las tres y media pasadas; volvía muy ufano pues llevaba varios meros, cuatro, algunos  borriquetes y otros pescados, imaginando  el recibimiento, cual ``héroe´´, que me haría al ver la pesca..., pero al advertir su cara, lívida, su estado de nervios, pensaba, desde que dejó de verme, que me había sucedido algo, tuve la absoluta certeza de que mi plan se había ido al ``garete´´, nunca mejor expresado, y que era un total fracaso.
Gracias a su carácter no degusté ese día una nueva receta de cocina: ``mero a la mejilla con sus propias escamas y espinas´´.
La ``tormenta´´ duró menos pues uno de sus hermanos vino a buscarnos con su coche. Este fue el primer y único día que me acompañó de pesca submarina aunque, como os dije en el segundo capítulo, jamás le he escuchado una palabra en contra de dicho deporte ni de que yo lo practicase. Para vuestro conocimiento os digo que hubo un reparto racional de horas compartidas... 
                                                                                                FOTOS
Volvemos, en la primera foto, a los arrecifes que hay entre el Faro de punta Carnero y las Azofeas, esa cala que siempre fue muy ``caliente´´ para la pesca; fijaros en mi escopeta: además de lo grueso del arpón, no se me ocurría poner una cuerda más fina para que la resistencia en el agua fuese menor; la otra, la de la funda, es la corbeta de Felipe.
La segunda foto corresponde al primer día de pesca que fuimos a Paloma Baja. Reguera se había comprado un coche y ya teníamos permiso del gobierno Militar para circular por las pistas; íbamos los tres: Felipe, Reguera y yo. Os he de contar que en aquellos años no nos preocupábamos ni de la pleamar, ni de la bajamar, ni de los repuntes de mareas, ni de las fases lunares, ni sabíamos nada de coeficientes ..., llegar, ponerte el traje y al agua; pues bien, este día supimos de verdad lo que era una corriente: nos cogió, a unos trescientos metros de la costa, en las piedras Las Marías y, gracias a Dios, pasada la punta La Jabonera, pudimos refugiarnos en la ensenada de Bolonia; por la foto se puede deducir que, al caer la marea, pudimos pescar un rato: si hubiésemos tenido más tiempo, no puedo ni imaginar lo que se habría capturado...; sin embargo, le tomamos ``cariño´´ a dichos pesqueros y volvimos numerosas veces con bastante suerte: nos buscamos también nuestros tradicionales medios de carga, burros y mulos, para subir la pesca hasta donde estaba el coche.
En la tercera el ``trío´´ regresa a Arenillas y el burro parece que está maldiciendo su suerte ante el panorama que le espera...
En la foto en color tenemos una pesquera hecha entre Guadalmesí y punta Oliveros; en este período Felipe estuvo más de un año sin pescar debido a una dolencia estomacal pero siempre nos acompañó; la foto la hizo un nuevo compañero del que tendréis noticias más adelante.
En esta foto se puede observar los ``destrozos´´ que los arcaicos arpones infligían en los peces si no les daba en un punto vital: se deduce que dicho día no anduve ``muy fino´´.
                                                                                          Hasta el próximo.
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PEPE ``EL MORO´´-- CAPÍTULO 19º











                                                                 
                                                        


                                   
                                                                                                                                                                  
                                                                                                                                              
                   
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

                                                                                                  



PEPE  `` EL  MORO ´´
Vino repatriado a Algeciras, aproximadamente en la segunda mitad de la década de los cincuenta, procedente de Tetuán; creo que de ahí el apelativo `` el moro ´´ pues su nombre y apellidos no pueden ser más hispanos: José Alarcón Gómez. Él mismo nos cuenta que,en aquella tierra, era ``maestro de pala en una panadería´´; lo que sí os puedo asegurar es que a nuestra ciudad llegó con lo puesto.
He intentado averiguar la pertenencia de las ruinas donde lo conocí: siempre llamó mi atención el hecho de que a aquel paraje se le conociese con el nombre de``el balneario´´. 
Estábamos un  día los compañeros de pesca, al atardecer, en el bar Ruiz, lugar del que ya os he hablado, comentando los lances de la jornada en la Torre de los Canutos, habíamos dejado las capturas en el frigorífico de Merino, situado frente a la plaza de abastos, junto a lo que en la actualidad es Cajasur, cuando uno de los camareros nos dijo que una persona había preguntado por nosotros; también nos manifestó que tenía algo que ver con nuestro deporte.
Como mis compañeros debían de trabajar, yo estaba de vacaciones, quedé en ponerme en contacto con dicho individuo; os podéis imaginar que no me costaba ningún trabajo hacer algo relacionado con la pesca submarina. Al día siguiente decidí ir al lugar que nos había indicado el empleado del bar; iba algo ``mosca´´ pues tenía, más o menos, conocimiento del sitio adonde me dirigía.
Si nos situamos en la puerta de entrada del Hotel Cristina mirando hacia el mar, abajo teníamos la playa de El Chorruelo y, a la derecha, pasada la carretera que bordea dicho hotel, había un descampado lleno de chabolas y edificios derruidos; en la parte superior fue donde se ubicó, años después, la fábrica de conservas Garavilla y, más al sur, estaba la frondosa finca que la familia Larios tenía en esta ciudad, situada antes de llegar a la desembocadura del desaparecido río El Saladillo; la playa tomó el nombre de un pequeño arroyuelo, que discurría antes que el anterior y que, pasando por el huerto Matías, desembocaba cerca de sus arenas; por su denominación debemos entender que sería muy poco el caudal de agua que llevaba: un chorrito, un ``chorruelo´´..., también pasó a mejor o a peor vida, según se mire, al igual que la playa a la que había dado nombre.
He ``buceado´´ en la historia de nuestra ciudad, en los escritos de nuestros insignes cronistas, y, al parecer, dicha zona tomó el nombre de ``el balneario´´ por algo que no se llegó a construir y de lo que sólo se edificaron los cimientos; después del incendio del hotel en el año 1928, en los planos de su reconstrucción aparece el proyecto de un gran Casino-Balneario en la zona sur: algo que no se hizo realidad; creo que, debido a la especial inventiva de los algecireños, aquel lugar pasó a denominarse ``el balneario´´ y sirvió de cobijo a los sin techo; a ese lugar llegué buscando a alguien, del que no conocía ni el nombre y, menos mal, que se me ocurrió preguntar por el buzo: pronto di con él. Como el lugar no era muy adecuado para mantener una conversación le dije a Pepe que nos fuésemos a uno de los chiringuitos, perdón, a uno de los merenderos como se denominaban en dicha época, que había en la playa; entre rodajitas de tomates de la cercana huerta y sardinas `` del alba´´, significa que estaban cogidas al amanecer, asadas y regadas con el tinto de la bodega que se situaba junto a los cines Fuentenueva, fui conociendo a tan singular personaje; roto el hielo, los dos rivalizábamos en ver quien hablaba más... Yo estaba libre por las vacaciones y el oficio y beneficio de él era pescar, por lo tanto ya tenía un nuevo compañero de pesca que, por cierto, es uno de los pocos que llegó practicando dicho deporte a una avanzada edad.
He querido daros a conocer, mediante estas fotos antiguas que incluyo a continuación de estos renglones, como era la zona de la que os hablo; en la primera vemos la parte superior del  lugar al que se conocía como ``el balneario´´; en la segunda tenemos una bella y nostálgica fotografía de la mencionada playa; contemplamos, en la mitad de la foto, ubicados en alto, los dos merenderos, el vocablo chiringuito es posterior, que allí existían; se pueden observar, con mayor detalle, al igual que las pateras del ``ché´´, en la tercera foto; en el primer merendero, creo que ya os dije que tenía por nombre ``El Cuco´´, fue donde sufrió la transformación misteriosa mi primera captura: de lubina a lisa..., y donde Pepe y yo tomamos las primeras copas; al fondo vemos la punta El Rodeo, lugar del estreno del tridente y de todo lo que os narré en un capítulo anterior; la siguiente , para mí muy interesante, está tomada desde donde, años más tarde, se construiría el hotel Cristina: vemos a la Isla Verde tal cual, sin puente que la uniera a tierra firme, tampoco se habían construido los dos brazos del primer rompeolas y nos muestra también algunos de sus arrecifes.
Buscando datos para este apartado he tenido una grata sorpresa: es referente a la famosa y renombrada Piedra de la Morena que se hallaba situada frente a la playa El Chorruelo, citada una y mil veces por los algecireños de mi edad: ¿ quién, en aquellos años, no se había tirado de cabeza al mar, más de una vez, desde lo alto de ella ? Siempre pensé que era una piedra de la naturaleza pero he tenido conocimiento de que no era así: en el siglo XII los almohades ampliaron las murallas existentes y edificaron en la misma playa la torre del Espolón, cuyo grabado incluyo y, un siglo más tarde, los benimerines construyeron una torre marítima cuyos restos dieron origen a la famosa piedra; ¡¡ mis primeros chapuzones los hice desde lo alto de unos antiquísimos restos arqueológicos que duermen el sueño de lo injusto, al igual que la playa, debido al progreso... Junto al grabado de la torre del Espolón he vuelto a repetir, ya coloreada, la foto de la playa de `` El Chorruelo´´.
Contemplad las dos últimas fotografías: en la primera, hecha desde donde estaban los merenderos, observamos los raíles del tren de las vagonetas que traía las piedras de las canteras para el relleno de la Isla Verde; todavía no se había edificado los astilleros de la saga de los Remigios y, uniéndola a la foto de la playa, podemos tener una clara imagen de como estaba conformada toda esta ensenada; lo más importante de dicha foto es que, al fondo a la izquierda, se ve el único vestigio que nos queda en este trozo de costa de aquellos años: la Plancha, nombre que demuestra, una vez más, el ingenio de los algecireños para designar las cosas; en la zona de la arboleda fue donde se hizo el campo de golf: en la actualidad es un lugar totalmente urbanizado; la foto contigua la tiré la semana pasada desde el otro lado de la Plancha, a la que veis en primer término, para que se apreciase los  profundos cambios. 
                                                                                                                                                                                                                        
 





                                                                           
                                    




                                                                                                                                                                                                                                                                      
                                         


            
                                                                                                                                                                                          


















Bueno, hablemos de Pepe: o pesca o revienta; dicho con otras palabras, para comer tenía que pescar; esto hizo de él un pescador submarino tremendamente eficaz; los demás miembros del equipo lo hacíamos por deporte, no necesitábamos de la venta de los peces para comer; sus circunstancias eran distintas: cuando la necesidad acucia el ingenio aparece. No era un gran profundista, no tenía un estilo depurado, sus apneas eran normales, pero fue un deportista muy eficiente: un verdadero hurón del rebalaje: pez que localizaba seguro que terminaba en el portapeces, aunque fuese a trozos.
Llegando a la costa no paraba: su primera pesquera era buscar chatarra, bastante abundante en dichos años; cuando veíamos que se retrasaba en hacer el té moruno, es su especialidad, lo llamábamos y ya traía sus pesetillas en plomo, metal...
Trabajó unos meses, junto a Antonio Manzano ( q.e.p.d. ) en la compañía de extracción de barcos hundidos; una anécdota: a unos cientos de metros del cuartel de Arenillas, a una profundidad de siete u ocho metros, existía un barco que dinamitaron los dos, para hacer las planchas más pequeñas y poderlas sacar; pusieron más dinamita de la debida y, al explosionar, la onda expansiva hizo una considerable grieta en dicha edificación con el consiguiente revuelo y no terminaron en el penal de milagro.
Para no depender del ``costero´´, máxime cuando los demás no podíamos ir de pesca, se apañó un burro: en un principio todo marchó bien; el que se lo vendió sabía lo que hacía pues el animal estaba más maleado que el plomo de una fundición; al poco le salió el resabio y cualquiera se acercaba al bicho: comenzaba, cuando veía que lo íbamos a cargar, abriendo la boca con una sonrisa sardónica y enseñándonos  los tremendos dientes, parecía que se reía de nosotros y que nos decía que nos íbamos a enterar; al acercarnos para poner los sacos y macutos encima de él, la verdad es que nos enterábamos : los bocados y las coces se sucedían sin cesar acompañados de furiosos rebuznos y terminaba la función emprendiendo veloz carrera y dejándonos tirados; al final se lo regaló a un vecino. 
                                                                                                  FOTOS
Observaréis que, con el tiempo y la práctica, mis dotes como fotógrafo van en aumento; en la primera foto vemos a la derecha a Pepe, en el centro a Felipe y al hijo del primero; es una pesquera que hicimos en los arrecifes del Chorlito. La segunda es de una jornada de pesca con Pepe en la Isla Verde; el cloque que usaba Pepe era muy ``sui géneris´´: alambre acerado con un anzuelo de marrajera; en esta foto podemos ver la maraña de alambre: por cierto que le daba bastante buen resultado.
La tercera es una foto para el recuerdo: de izquierda a derecha vemos al hijo de Pepe, a Juan Calvente (q.e.p.d.), dueño del motocarro y nuestro cocinero, a Felipe, a Reguera ( q.e.p.d.) y a nuestro protagonista. 
A la explanada  de la Ballenera corresponde la cuarta foto: recuerdo que aquel día a mi padre se le olvidó enviarnos el taxi y nos anocheció, a Pepe y a mí, en dicho lugar; en la siguiente: un primer plano de Pepe y del que suscribe.
En la cala a la izquierda del Castillo del Tolmo estamos en la sexta foto, bueno, yo como fotógrafo: buen día de pesca, si no que se lo pregunten al mulo que tuvo que subir la carga hasta la batería de artillería.
De nuevo Pepe con dos meros y, a continuación, con Manolo, un amigo y también pescador del que os hablaré en otro capítulo.
Cuando pensé en dedicarle estas líneas fui a charlar un rato con él y hacerle esta foto: así está a sus ochenta y cinco años; tiene la misma vitalidad que años atrás: al igual que el día que nos conocimos, hablando me ganó por goleada y yo no soy mal conversador...
Me impresionó con su memoria: comenzó a recordar un  lejano día de pesca y me dijo de ``pe a pa´´ todo lo ocurrido: nos tiramos en el Chorlito y fuimos pescando en dirección a las Azofeas, donde nos esperaría el ``costero´´. Juan nos llevaría los macutos y la ropa hasta dicho lugar y nos haría algo de comer; a Pepe se le había olvidado su boya y la mía estaba pinchada, cosa que ocurría a menudo, y yo no había comprado otra cámara de moto: en una palabra que estábamos sin boya; a grandes males grandes remedios: con corcho que encontramos en la costa nos fabricamos una rudimentaria boya donde tenían que ir los arpones de repuesto, cloques, red para las centollas...  A  la mitad del recorrido llevábamos una buena, no buena, sino una buenísima pesca : los corchos hundiéndose y, para colmo, comienza a tirar la marea en contra;  hicimos un descanso en la piedra de las Palomas para esperar a que disminuyese el ``fogueo´´ de la corriente; para aguardar, que mejor que pescando: fondeados los corchos que hacían de boya y, protegidos de la marea por la isla, aumentamos en tres el número de meros; uno de ellos, un burro, lo arponeó Pepe a la entrada de una cueva, a la que llamábamos de ``los borriquetes´´, de la que más adelante os hablaré pues merece la pena. Llegamos con dos horas de retraso, la comida fría, el costero impaciente ya que tenía que dar de comer a los animales, nosotros cansados pero muy contentos; hasta el Faro los mulos llevaron la carga  y de allí, en el motocarro de Juan, hasta Algeciras.
Doy fe de que así ocurrió y fue tal como lo recordó Pepe hace cinco días.

                                                                                             Hasta el próximo.
                                                             

15-julio-1942--- CAPÍTULO 18º






 15- Julio- 1942

Hoy, 15-Julio-2012, he cumplido los setenta años: por ello voy a escribir poquito, sólo compartir mi felicidad, además de con la familia y amistades, con todos los que aman y sienten simpatía por la pesca submarina y también para los seguidores de estas memorias.

Al ser mi cumpleaños voy a hacer una excepción y os adelanto tres fotos, que por cierto guardaba para capítulos posteriores pero, como los setenta solamente se cumplen una vez en la vida, me he tomado esa licencia.
En ellas se ve que ya no soy un niño, los años y los kilos  se van notando y del ``anguililla´´ poco queda..., aunque algún ``pescaillo´´ cae.



Hermosa urta ( permitir el calificativo pues ya no tengo abuelos ), arponeada en el arrecife del Faro de Punta Carnero, en una loza que hay ``sobacada´´ contra él, a unos cuatro metros de profundidad, por el lado de la Bahía y muy cerca del corte del arrecife que hay junto a la costa, por donde antes pasábamos con las neumáticas. Ya no eran los años del ``pescado hasta en la bañera...´´



Las costillas se han ido cubriendo de tejido adiposo...; ésta es en las Azofeas, como veis por tierra, en unos arrecifes blancos que hay por fuera en unos quince metros.


Mero de una cueva, situada entre el Timoncillo y el Faro, a la que bauticé con el nombre de ``18 de julio´´, sin ninguna connotación política, pues fue el día que por vez primera la conocí; está a unos dieciséis metros y me dio muchas alegrías. 
Sabéis, ustedes que me conocéis, que por mis venas hoy, como todos los días, corre el buen ribera del duero, no digo marca pues éste no es un blog publicitario, pero sé que no la ignoráis: pues bien, con ese rico caldo lleno mi copa y digo  ¡¡¡ va por vosotros !!!
                                                                          Hasta el próximo.

UN DÍA CUALQUIERA-- CAPÍTULO 17º











                                                                   




 





   

                                                                                                                                                                                                                                                                        
                                                                                 UN  DÍA  CUALQUIERA
Nunca llegó a sonar el despertador; estuviese puesta la alarma a las cuatro, a las cinco o a las seis de la madrugada, según el lugar donde hubiéramos decidido ir, os lo aseguro, que nunca repiqueteó el martillito sobre las dos piezas que tenía a ambos lados; me acuerdo de dicho reloj pues pasé muchas horas de insomnio viendo el lento transcurrir del tiempo y el insufrible y sosegado movimiento de sus agujas que parecía que no querían moverse; mis padres se lo habían comprado a un matutero que lo trajo de Gibraltar y sus números eran luminiscentes; por eso, cuando perdían fuerza debido a la oscuridad, encendía la luz para que volvieran a relucir otro rato y así poder verlos. No, no sonaba la alarma porque no podía conciliar el sueño debido al nerviosismo, a la excitación y a la ansiedad que me embargaba con sólo pensar que iba al día siguiente de pesca submarina; me acostaba sobre las once de la noche y doy fe de que no dormía una hora seguida; un rato antes de levantarme empezaba a escuchar ruido en la cocina: era mi madre que, por motivos distintos a los míos, aunque el causante era yo, tampoco podía dormir: llegaba el momento del desayuno, de los consejos, de las recriminaciones y reproches: que había otros deportes, que vaya cruz la mía..., terminaba dándome un beso y se retiraba murmurando bajito.
Ahora empezaba el primer ``rito´´ del día: ver que no se olvidase nada del equipo; la comida se podía olvidar, como ocurrió más de una vez, pero el equipo..., ¡¡ eso era sagrado !! A la espalda el macuto, también militar, con todas las cosas contadas y recontadas; el cinturón de pesas flan chino el mandarín en su sitio, es decir, puesto; el fusil, con tres o cuatro arpones de repuesto, parecía el carcaj de Errol Flynn: teníamos que llevar varios debido a que eran de hierro acerado y, la fuerza de cualquier pez que quedase vivo, después de ser arponeado, hacía de ellos un ocho; además se oxidaban en corto espacio de tiempo por lo que pienso que más de un mero murió de tétanos...; eran gruesos, casi como medio dedo, y su semejanza con las varillas tahitianas actuales es igual que el parecido de una leona y un tomate; las gomas de repuesto, ¿ a qué no sabéis que las fabricaba yo mismo, a causa de su escasez en dichos años, con unas que llevaban las máquinas del tren en su sistema de frenos ?: en algunas fotos las podéis observar. En la talega de la comida llevaba dos palomos rellenos y ensaladilla rusa, que me había preparado la ``llelle´´, mi segunda madre, llegó a casa como cocinera en 1936 y cuando salió fue para el cementerio a finales de los ochenta; una comida que me encantaba llevar cuando iba de pesca, además de ``contundente´´ muy propia para el ejercicio que hacíamos, era un buen trozo de tocino fresco en sal, queso del de dicha época, un buen racimo de uvas como las de Manilva y pan asentado del día anterior..., añoranzas.
Hoy íbamos al Tolmo, un lejano edén; habíamos quedado en casa del malogrado Pedro a las cuatro y media; eran las y cuarto cuando enfilé la calle Matadero y entré en el callejón Escopeteros; allí estaba en el patio mascullando que se nos hacía tarde; os he comentado anteriormente que no era pescador pero gozaba como nadie con estos días; a esta hora ya había despertado a un jilguero que tenía en una jaula, al que había puesto por nombre piyayo, y que revoloteaba de mal humor. Al poco llegó Luis también con cara de haber dormido poco; pronto se nos unió Jesús y comenzamos a andar.
Al pasar por la plaza Joaquín Ibáñez saludamos al adormecido funcionario de arbitrios que más parecía un cadáver, debido a la luz macilenta de la bombilla que lo alumbraba, que un ser vivo; arbitrios estaba situado en una esquina del edificio de Intendencia Militar, justo a la espalda del kiosco Recreo, vulgo ``bar Los Cristales´´; igualmente dimos los buenos días al número de la guardia civil que hacía su turno de vigilancia a la puerta del economato ubicado frente al citado bar; en un principio hablábamos bajito para que no nos llamasen la atención los vigilantes nocturnos o los serenos; dejamos atrás el paso a nivel, el puente Matadero, la Villa Vieja, a esa hora el bar y tienda Casa Miguel estaba cerrada, pasamos la Barriada de Pescadores y, a partir de aquí, nuestros cánticos y canciones atronaban los campos; nuestras charlas subían de tono, no por verdes si no por su volumen y, en algunos momentos, se hacía un silencio sepulcral: no era por el cansancio, es que nuestras mentes se nos escapaban y volaban, kilómetros más adelante, al lugar donde nos dirigíamos.
En la entrada de la pista militar de las pantallas, camuflajes construidos durante la segunda guerra mundial para evitar que se viese el tránsito de vehículos militares desde la Bahía, hacíamos un alto; nos esperaba lo peor pues andar por piedras sueltas es muy incómodo y con el añadido de que todo es cuesta arriba; a esta hora las estrellas comenzaban a palidecer, gracias a Dios no existía el demencial cambio de horas, y el cielo empezaba levemente a clarear.
 Al llegar al cruce con el otro ramal de la pista militar que viene de Pelayo, se hacía necesario un descanso más prolongado; ya había amanecido y la vista de la ensenada del Tolmo, esa fabulosa visión hasta la punta de Arenillas, nos servía de acicate, de placebo con su efecto sugestivo, y, como por encanto, la fatiga desaparecía.
En dichos años no teníamos permiso militar para pasar por las baterías de artillería de costa, por ello teníamos que seguir una vereda hasta el Castillo del Tolmo; entre aromas de arbustos, lentiscos, tomillo, manzanilla, romero..., de nuevo cogía fuerza nuestro organismo y se revitalizaba nuestro espíritu: aparecían otra vez los desafinados cánticos que asustaban a los  aturdidos pájaros.
¡¡ Por fin habíamos llegado a nuestra meta !! Si momentos antes fueron las plantas terrestres las que nos embriagaron con su aroma, ahora era el perfume a algas, a broza, a marisco, a bajamar, a olas, a espuma, en una palabra, a MAR, los que nos narcotizaban y, sentados en una piedra, parecía que entrábamos en trance: creo que estos instantes de relajación nos ayudaban a una superior apnea y a combatir mejor el frío.
Antes de darnos el primer baño estaba otro ``rito´´: hacer el té moruno tal como nos lo había enseñado Pepillo ``El Moro´´; en este relato de ``un día cualquiera´´ no nos acompaña él pues le voy dedicar uno: pero encajaría perfectamente en estas líneas; al igual que son inolvidables aquellas papas guisadas con el primer pescado que se cogía, de caldo espeso, en el cual los ``barquitos´´ de pan no se hundían y donde, además del pescado, se le echaba pequeñas centollas y cangrejos, tampoco se puede olvidar el sabor de ese té, muy dulzón que, acompañado de plum cake, cuyo origen podéis imaginar, reconfortaba nuestros cansados cuerpos por la caminata; los que no pescaban mantenían la hoguera encendida durante todo el día para, aparte de hacer la comida, calentarnos después de cada baño; en los años sin trajes nos dábamos tres o cuatro. 
Si nos situamos en el castillo del Tolmo mirando al mar, a su izquierda hay una pequeña cala de redondos guijarros; frente a ella, a unos doscientos o trescientos metros de la costa y a unos ocho o diez metros de profundidad, existen varias crestas rocosas, con piedras desprendidas, que están rodeadas de arena. El segundo paraíso, por lo menos en aquellos años; el agua, transparente como un cristal, azul turquesa, te dejaba ver los más pequeños detalles; el sol, reflejándose en la límpida arena del fondo, casi te dañaba la vista; esas sutiles ondulaciones de luz, que tanto gustan a los submarinistas, por doquier: era una verdadera borrachera de fulgor y color; hablemos de la fauna: miríadas de peces, ``rebaños´´de todas las especies; meros, abadejos, tachanos, borriquetes..., nos miraban extrañados desde abajo; era un espectáculo indescriptible, difícil de superar, y que no encuentro las palabras para narrarlo; llamaba mucho mi atención la gran cantidad de tachanos, especie, por cierto, casi desaparecida de las aguas someras.
Como sabéis, en dichos años no se practicaba la pesca a la espera, el estilo generalizado de pesca era al agujero; los fusiles tenían muy buena potencia pero corto alcance: a nuestro favor la mayor abundancia de pesca, la menor profundidad y, en contra, los ``rústicos´´ medios, el nulo progreso, el sacrificio de interminables caminatas para ir a los lugares de pesca... etc.  Os aseguro que si en esta época hubiéramos conocido la técnica de la pesca ``a  la espera´´ y existido los fusiles actuales, os garantizo que no hubiésemos encontrados los suficientes animales para transportar la pesca.
La hora de la comida era una tertulia entre bocado y bocado, donde se contaban las anécdotas e incidencias ocurridas, y creo que se vivían con la misma o mayor intensidad que cuando sucedieron.
Después se descansaba y por la tarde, si alguien lo deseaba, se daba el último baño del día. El regreso era más silencioso debido al agotamiento lógico y por tener que cargar con más peso: el de la pesca; todavía no conocíamos a los ``costeros´´ ni a los campesinos para alquilarles los animales; pero, aunque agotados, la ilusión no decaía y ya volvíamos pensando en la siguiente salida.
Este era el desarrollo de un ``día cualquiera´´ de pesca; después de aquellos años he tenido tres neumáticas, he conocido la pesca de antes y de ahora y os manifiesto que el atractivo, la fascinación, la magia, el embrujo de un ``día cualquiera´´ de pesca de aquellos años es muy superior a los de hoy día, por lo menos para mí y respetando todas las demás opiniones: os lo dice un pescador submarino al que le faltan cinco días, en el momento de escribir estas líneas, para cumplir los setenta años y que toda su vida ha practicado este deporte.
Con el tiempo nos dimos cuenta que cogiendo el  primer autobús, de las siete de la mañana, que iba a Tarifa y Cádiz y bajándonos en Pelayo, la caminata se reducía a la cuarta parte: pasábamos por detrás del cortijo los Palos y todo era cuesta abajo hasta la costa; el problema lo teníamos al regreso que era al contrario: todo cuesta arriba; nos tomábamos un descanso al llegar a  la ``piedra del abanico´´. 

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Las cuatro primeras son del Tolmo; en la primera vemos a Luis (q.e.p.d) con una bonita pesca; en la segunda, donde distinguimos el año, está Jesús, medio Luis y, allá al fondo, me veis con el albornoz; la tercera es de otra jornada de pesca en dicho lugar; en la cuarta, albornoz en primer plano, aunque los pescadores solamente éramos Luis, Jesús y yo, observaréis el nutrido grupo de `` incondicionales´´...
En la quinta estoy con un mero de la Isla Verde y en la última a Felipe con un ``burro´´ de Arenillas.

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                                                                                        Hasta el próximo

  
                                                

TEMAS-- CAPÍTULO 16º








 
 
                                                                                                                                                         
                                                                                                                     
                                                                                                       





TEMAS 
Ya en La Celestina, IX-35, y en el Quijote, II-23, aparece la frase proverbial: ``todas las comparaciones son odiosas´´, aunque pienso que no todas lo son. He comenzado el capítulo de hoy con alusión a ese dicho popular porque tiene mucha relación con el primer tema que voy a tratar: la pesca submarina del ayer, léase hace más de medio siglo, y dicho deporte en la actualidad.
Ante todo quiero expresar mi total respeto por cualquier pescador submarino de aquella época, casi arcaica, e igualmente por todo aquel que practique dicho deporte hoy día. He de confesaros que el glucodulco, como ya os dije anteriormente, no me engordó, ni el aceite de hígado de bacalao ( puaf...) que venía de Gibraltar, ni la pulpa de coco seco que también venía de allí y que se le añadía a las ensaladas..., pero lo que sí me hizo coger kilos fue el transcurso de los años; entre los muchos que tengo de ambos, para mantenerme un poco en forma, hago unos kilómetros diarios: que no me sirven ni para rebajar años ni barriga... Pero me valen para, en cierto modo, no perder contacto con el ``ambiente´´ de nuestro deporte pues diariamente paso frente a la rampa por donde se botan las neumáticas. Para mí es una satisfacción observar el gran apego que goza nuestro deporte en Algeciras; lo veo allí y también cuando, dándome un relajado paseo por la costa, ante mis ojos resaltan los colores de las boyas sobre el azul del mar. Tengo una gran admiración por esas figuras, esos fuera de serie, cuyos nombres todos conocemos y que no voy a citar por no dejarme alguno atrás, que nos asombran con sus constantes superación en récord y capturas: en nuestra zona tenemos a varios; pero, sin menospreciar ni mucho menos a los anteriores, mi deferencia es mucho mayor para ese abnegado, para ese sacrificado deportista que, como está hoy la pesca submarina en una determinada profundidad, no pierden el ánimo y son constantes en el ejercicio de este deporte aunque no cojan ``una escama´´.
He iniciado el capítulo con dicha frase porque tengo mis motivos: sinceramente no puedo aguantar que se desprecie, que se desdeñe, que se subestime aquellos años de nuestro deporte con el estúpido razonamiento de ``que había mucha pesca´´... Estos señores que hacen dichas ``comparaciones´´, menos mal que son pocos,  olvidan que el que escribe ha pescado en aquellos años y en la actualidad. Cada etapa de la vida tiene su encanto, su magia, su hechizo, su atractivo, sus motivaciones..., esta sencilla reflexión es totalmente aplicable a nuestro deporte; aquel período y la época actual son dos ciclos, eso sí distintos, de sólo una cosa: del deporte de la pesca submarina; no por ello uno tiene que ser mejor que el otro: si el resultado de algo se midiese por lo conseguido, aquellos años ganarían por goleada; afirmación que nadie, absolutamente nadie, me ha escuchado proferir. Se me acaba de ocurrir, tratando este tema, escribir un capítulo narrando como se desarrollaba un día de pesca en aquellos años: creo que vais a alucinar.
En técnicas, en adelantos, en avances, en medios de locomoción, tanto terrestres como marinos..., en eso ¡¡ sí !!, es mejor esta época que la pasada; es sumamente cómodo montarte en la embarcación, arrancar el motor, marcar el pesquero que deseas visitar, situarte encima de la piedra mediante el ``gps´´y bajar... Ya he declarado varias veces que no estoy en contra del progreso, ¡¡ bendito sea !! pero, no por ello, se ha de establecer la comparación entre unos y otros años y que éstos actuales tengan más importancia que los pasados. Sé que en el presente hay menos pesca, por lo menos a unas deteminadas profundidades, que antaño: este hecho no es totalmente achacable a nuestro deporte; sé también que hay que pescar más profundo: ¿ no lo voy a saber si a medida que pasaban los años tenía que hacer inmersiones más ``hondas´´ ? Todo esto lo he vivido en primera persona, lo he sentido en mis propias carnes y, por lo tanto, sé perfectamente de lo que hablo.
Lo que si afirmo, y lo mantengo ante sea quien sea, es que ha perdido parte de su embrujo, parte de su fascinación: un día de pesca en aquel tiempo empezaba de madrugada..., bueno, lo voy a dejar para el próximo capítulo.
El segundo tema que tengo hoy en el tintero es el controvertido de la venta del pescado. Yo he vendido, durante muchos años, por distintas coyunturas y motivos que no vienen a cuento y que no intentan justificar nada, la pesca. Cada cual es él y sus circunstancias. Creo que uno de los más bellos dones del ser humano es el de la Libertad, sí con mayúscula; no me voy a engañar a mi mismo, que es una cosa bastante triste, y voy a criticar algo que yo he hecho: eso sería la hipocresía en grado sumo; cada cual es libre de hacer lo que quiera con sus capturas aunque todos sabemos que está prohibido y, como dice el artículo, en mis primeros permisos creo que era el noveno, hasta su cambio por terceras especies..., basta con mirar a nuestro alrededor y ver que muchas cosas prohibidas se hacen con asiduidad y con el beneplácito de demasiadas personas. Con estos razonamientos no quiero defender su venta sino lo que digo es que cada uno haga lo que quiera o crea conveniente; cuando me compré la última semirrígida allá por el año 1992, comencé a pescar sólo con un botero y, desde ese momento, dejé de vender la pesca.
                                               
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En las de hoy quiero mostrar lo complicado que resultaba pescar en dichos años; en un principio, cuando no sabíamos lo del costero, la pesca la repartíamos en sacos y cada uno cargaba con una parte; no sé si seguirá existiendo la vereda que por el precipicio del Faro, unía éste con las Azofeas; era el camino más corto pero el más peligroso: me daba verdadero pánico pues padezco algo de acrofobia y, ver allá al fondo los peñascos de la costa, me ponía muy nervioso; si a ello unimos la estrechez de la vereda, en algunos tramos casi inexistente debido a las lluvias y a los temporales, la carga del equipo y de la pesca, el cansancio propio de la caminata a la ida, de las horas de pesca y de la vuelta, sentado aquí delante del ordenador, pienso que debíamos de tener mucha, muchísima afición, muchísimo amor, por este deporte. Cuando calculábamos en regresar al mismo sitio de pesca, dejábamos escondidos los cinturones de plomo para aliviar el peso.
En la primera foto vemos uno de los medios de transporte: el motocarro; a la izquierda está Juan Calvente, dueño del vehículo, en el centro Felipe y a la derecha el que suscribe; fue un día de pesca en la piedra de las Palomas.
En la segunda vemos al costero descargando el mulo en la explanada del Faro; con qué mimo acaricio al animal posiblemente dándole las gracias por el ``tirón´´ que me había quitado.
A la tercera la podíamos titular `` el descanso del pescador ´´: había días que un sueño reparador nos caía de maravilla pues el cansancio hacía mella en nosotros.
En la cuarta aparece por vez primera en mis relatos, aunque es un verdadero veterano en este deporte y compañero de muchos años y mil aventuras, al que pienso dedicarle un capítulo,  José Alarcón Gómez más conocido en nuestro mundo por Pepillo el Moro: singular personaje y un verdadero `` hurón´´ del mundo submarino; es el que está situado a la derecha que, por cierto, no se ve muy bien para no variar; también vemos a su hijo y a Reguera; como éste último trabajaba en Gibraltar, cuando cierran la frontera a finales de los sesenta, se compró un motocarro para hacer portes y lo usaba más en la pesca que en dicho cometido.
La última es una pesquera en Arenillas y, el hombre que carga el burro, era el dueño de uno de los cortijos que había cerca del cuartel de la guardia civil; nunca olvidaré el rico sabor de las moras de los tres o cuatro árboles que tenía en el huerto e igualmente los sabrosos higos chumbos.

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