Cuando pensé escribir estas memorias relatando mis vivencias como pescador submarino, me resultó imposible no dedicarle un apartado a dicha ciudad y a su entorno pues, además de las muchas alegrías deportivas, tengo un `` secretillo´´ guardado en los pliegues de mi corazón sobre ella..., que más adelante os cuento.
Al recordar lo del viejo elepé, quise que su sonido acompañase a estas líneas: primero lo tuve que pasar al disco duro de un dvd, de aquí a un dvd, de él al ordenador y utilizar un programa audio-extractor..., por ello me imagino que la calidad sonora se ha tenido que resentir.
Sabéis que nací en Algeciras, ``especial´´ de pura cepa ( como dice Manolo Escobar en su canción : adivínalo, adivínalo, de que pueblo soy..., sólo te diré que en el pueblo aquel somos ``especiales... ), apodo que recibimos, y aceptamos con afecto, los algecireños. Ha llegado el momento de daros a conocer el secreto del que os hablé antes: mi Algeciras no debe ponerse celosa, pero estoy profundamente enamorado de Tarifa: el idilio se inició en los primeros años de la década de los sesenta al comenzar a ir de pesca submarina; ya no era sólo ir a practicar el deporte, que por cierto sus costas aledañas eran un paraiso parecido al de mi Isla Verde, sino que el embrujo empezaba con el amanecer al deambular por sus angostas calles...; después de más de medio siglo mi cuerpo sigue sintiendo aquellos aromas marinos, aquellas sensaciones casi imperceptibles que acariciaban mi piel, aquellos susurros de la brisa jugueteando en los estrechos callejones, aquel estallido de luz de rayos naranja en la Plazuela del Viento con la salida del sol y que el mar, cual caleidoscopio, rompía en mil colores cuando se reflejaban en sus aguas ; por eso os digo que ir de pesca a Tarifa para mí era algo más, mucho más, que sumergirme en sus cristalinas aguas....Como cualquier persona, como yo mismo, también ella ha envejecido pero, a pesar del progreso, del turismo, del tumulto, del ruido, todavía soy capaz de encontrar en el azul de su cielo, en el celeste de sus aguas, en la nívea espuma al romper sus olas, en cualquier rincón de sus calles, destellos, vestigios, que me hacen evocar aquella lozanía, aquella sosegada belleza, de tiempos pasados..... No debemos olvidar que, como dice su himno, Tarifa es noble y hermosa, noble pues su nobleza emana de su propia historia y hermosa pues es la perla que cierra el continente europeo por su parte más meridional.
Como encuentro la letra de su himno muy apropiada para tener una imagen de Tarifa, voy a ir intercalando sus estrofas en esta página. ¡¡¡ Ah !!! ¡ se me ha ido el santo al cielo !, ¡ ya mismo os hablo de pesca submarina !
Respecto a mi estado de salud os diré que, en el día que escribo estas líneas, ya me han dado diez sesiones de radioterapia; mi organismo las está aguantando bastante bien; uno de los motivos de que tarde tanto tiempo entre un capítulo y otro es que, desde que se descubrió mi enfermedad a principio de agosto pasado, la mayor parte del tiempo estoy en Sevilla llevando a cabo el tratamiento.

bello balcón de mi España,


Como ya os relaté en capítulos anteriores, la noche de la víspera de una jornada de pesca eran horas de insomnio, de nervios y de ensueños: ésta no podía ser menos pues el trío, léase Felipe, Reguera y yo, habíamos quedado en ir a descubrir la Tarifa submarina; os estoy hablando de los primeros años de la década de los sesenta, hace más de medio siglo y donde, cualquier viaje, era una pequeña odisea; no debemos olvidar el marco político y económico que vivía la España de aquellos años.
Me he preguntado muchas veces el motivo que nos impulsaba a ir a ``sitios lejanos´´ cuando teníamos a ``tiro de piedra´´ todo lo que necesitábamos para la práctica de nuestro deporte: en los aledaños de Algeciras estaba mi Paraíso Perdido, mi Isla Verde.... Creo que la respuesta a dicha pregunta está en la idiosincrasia, en el temperamento, en el carácter del ser humano..., en su espíritu al que atrae todo lo desconocido, todo lo misterioso, rodeando de un halo, de un aura, a todo aquello que ignora y que desea conocer. Para mí los grandes avances de la humanidad se deben a esta característica.
Como teníamos que coger el autobús de las siete de la mañana a las seis ya estaba levantado: comenzaba el `` rito sagrado ´´ del recuento del material del equipo aunque, comparado con el de hoy día, bien poca cosa era; la sombra de mi madre se movía en la oscuridad dándome los últimos consejos...
El primero que estaba en la acera de la Marina, desde donde salía el autobús, era yo, nerviosito, pensando en lo que nos depararía el día; la mañana era preciosa, de un azul intenso, sin la más ligera brisa, realzando su belleza el resplandor de la luna que, a pesar de haber amanecido, lucía cual disco de plata incrustado en el cielo sobre los montes del Cobre; con la llegada de mis dos compañeros empezaba la sempiterna tertulia...
Antes os he dicho que un pequeño viaje era casi una aventura; los autobuses de aquel tiempo, de la empresa Comes, los verdes, eran rechonchos, ``panzones´´ y, recién arrancados, ya iniciaban su monólogo de quejas y lamentos... La carretera tampoco acompañaba, estrecha, de firme irregular, sin arcenes y con mil curvas, hasta tal punto que en estos años se decía un piropo a una mujer `` maciza ´´ : `` anda niña que tiene más curvas que la carretera de Tarifa...´´ La subida a Pelayo, barriada situada a unos siete km de Algeciras, era todo un poema : el motor comenzaba a rezongar, a gruñir, a refunfuñar mil y un improperios..., sólo se calmaba con la parada en dicho lugar.
La ``escalada´´ del Puerto del Bujeo por parte del autobús era harina de otro costal : sólo tiene unos cientos de metros, no es ni mucho menos el Tourmalet, pero el motor pasaba de los simples insultos a las más soeces injurias...
La atmósfera cambiaba totalmente con el descenso del Puerto: eran cuatro o cinco km de bajada donde el motor, agradecido, iniciaba un suave ronroneo y se inauguraba el rechinar de los discos de freno y el crujir de la carrocería; como intuyendo algo, las conversaciones entre los pasajeros cesaban como por ensalmo y, especialmente, llegando a las curvas denominadas de las ``eses´´, el silencio en el interior se podía cortar con un cuchillo... En un trayecto, en el que hoy día se suele invertir poco más de quince minutos, se tardaba mucho más de una hora, si no surgían imprevistos.
A continuación os voy a mostrar unas fotos que tienen relación con un día de pesca submarina en dicha ciudad :
Nuestro desayuno no podía ser de lo más ``apropiado´´ para luego tirarnos al agua: churros, café cargado y copa de brandy..., una verdadera ``bomba´´ que estallaba al rato de estar subiendo y bajando : más de un día las morrallitas también saborearon ``restos´´ de churros.
Transitando por esas callejuelas, con sabor árabe y cristiano, y que a mí tanto me atraen, subíamos hasta la Plazuela del Viento desde donde, como podéis observar por las fotos, se divisaba perfectamente La Caleta, lugar donde íbamos a pescar; todo esto está totalmente cambiado: desde la misma Plazuela tomábamos una vereda que, a campo través, descendía hasta la orilla del mar.
En la foto de la izquierda de la Caleta se ve, en primer plano la Alfarería y al fondo la Casa del Náufrago; en la última fotografía se divisa un primer plano de las ruinas de dicha Casa; indistintamente, según el día, montábamos el campamento en uno u otro lugar.
Podéis deducir por las ilustraciones que la zona de pesca era muy apropiada: los arrecifes, muy compactos, fuertemente erosionados por los temporales de levante y las fortísimas mareas, ofrecían numerosas losas, lajas, rocas..., desgajados de ellos; hay numerosas cuevas y escondrijos donde la vida submarina florecía con todo esplendor: no os quiero cansar, en una palabra, en aquel tiempo un verdadero edén.
Al regreso comenzaban los problemas: el primero era como subir la pesquera hasta la Plazuela del Viento; aquí no teníamos ni mulos, ni burros con los que llevar las sacas de pesca hasta arriba: la solución nos la dieron en la alfarería: un carrillo de mano; era verdaderamente agotadora la tarea, añadiéndole el cansancio propio de la jornada de pesca; ya en la Plazuela el segundo problema que se nos presenta es transportar los cuatro o cinco petates militares, llenos de pescado, y los equipos hasta la parada del autobús: hubo suerte y alquilamos una pequeña camioneta quedando con el dueño para próximas jornadas.
La última contrariedad apareció cuando, conductor y revisor, se negaron a meter en el maletero los sacos: que si olían, que iban a apestar todo el autobús..., todo quedó arreglado con un par de hermosos peces.
Por desgracia no tengo mucho material fotográfico de aquellas primeras jornadas en Tarifa, hubiese sido muy interesante; a continuación os muestro algunas :
La tercera es una buena pesquera en dicha zona La Caleta de Tarifa. El día de la última fuimos Felipe y yo solos; al hacer yo la foto, sólo quedó como testigo mudo mi fusil....
2 comentarios:
Gema Mate Delicado
19 de abril de 2013, 14:44
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Tito, cuantas historias bonitas nos estas dejando en este blog!!!
Ahora se de donde me viene parte de mi amor por Tarifa, me has inculcado muchas cosas en la vida y me estoy dando cuenta de la influencia de los mayores sobre los niños....
Mi amor por el mar te lo debo integramente a ti....
Mil besos!!!
¿para cuando la proxima entrada...? ya estoy impaciente.
Paola
19 de mayo de 2013, 8:43
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El himno me ha recordado a las vueltas de los días de campo en los pinos de Tarifa, aquellos días en los que era "obligatoria" la parada para desayunar en el "bar el grifo", los coches cargados como para pasar una semana, cuando lo que íbamos era a pasar el día, me ha recordado a cuando nos bajabais a la playa, al olor a "brosa", a cuando te colgábamos las algas de la orilla alrededor del cuello y tú gritabas: ¡Oh rey!, ¿te acuerdas?. Todos esos recuerdos están ligados a Tarifa y a sus dos mares; y es verdad que Algeciras no debe ponerse celosa, por que un poquito de la playa de los lances si que somos. Un beso. Paola
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