UN DÍA CUALQUIERA
Nunca llegó a sonar el despertador; estuviese puesta la alarma a las cuatro, a las cinco o a las seis de la madrugada, según el lugar donde hubiéramos decidido ir, os lo aseguro, que nunca repiqueteó el martillito sobre las dos piezas que tenía a ambos lados; me acuerdo de dicho reloj pues pasé muchas horas de insomnio viendo el lento transcurrir del tiempo y el insufrible y sosegado movimiento de sus agujas que parecía que no querían moverse; mis padres se lo habían comprado a un matutero que lo trajo de Gibraltar y sus números eran luminiscentes; por eso, cuando perdían fuerza debido a la oscuridad, encendía la luz para que volvieran a relucir otro rato y así poder verlos. No, no sonaba la alarma porque no podía conciliar el sueño debido al nerviosismo, a la excitación y a la ansiedad que me embargaba con sólo pensar que iba al día siguiente de pesca submarina; me acostaba sobre las once de la noche y doy fe de que no dormía una hora seguida; un rato antes de levantarme empezaba a escuchar ruido en la cocina: era mi madre que, por motivos distintos a los míos, aunque el causante era yo, tampoco podía dormir: llegaba el momento del desayuno, de los consejos, de las recriminaciones y reproches: que había otros deportes, que vaya cruz la mía..., terminaba dándome un beso y se retiraba murmurando bajito.
Ahora empezaba el primer ``rito´´ del día: ver que no se olvidase nada del equipo; la comida se podía olvidar, como ocurrió más de una vez, pero el equipo..., ¡¡ eso era sagrado !! A la espalda el macuto, también militar, con todas las cosas contadas y recontadas; el cinturón de pesas flan chino el mandarín en su sitio, es decir, puesto; el fusil, con tres o cuatro arpones de repuesto, parecía el carcaj de Errol Flynn: teníamos que llevar varios debido a que eran de hierro acerado y, la fuerza de cualquier pez que quedase vivo, después de ser arponeado, hacía de ellos un ocho; además se oxidaban en corto espacio de tiempo por lo que pienso que más de un mero murió de tétanos...; eran gruesos, casi como medio dedo, y su semejanza con las varillas tahitianas actuales es igual que el parecido de una leona y un tomate; las gomas de repuesto, ¿ a qué no sabéis que las fabricaba yo mismo, a causa de su escasez en dichos años, con unas que llevaban las máquinas del tren en su sistema de frenos ?: en algunas fotos las podéis observar. En la talega de la comida llevaba dos palomos rellenos y ensaladilla rusa, que me había preparado la ``llelle´´, mi segunda madre, llegó a casa como cocinera en 1936 y cuando salió fue para el cementerio a finales de los ochenta; una comida que me encantaba llevar cuando iba de pesca, además de ``contundente´´ muy propia para el ejercicio que hacíamos, era un buen trozo de tocino fresco en sal, queso del de dicha época, un buen racimo de uvas como las de Manilva y pan asentado del día anterior..., añoranzas.
Hoy íbamos al Tolmo, un lejano edén; habíamos quedado en casa del malogrado Pedro a las cuatro y media; eran las y cuarto cuando enfilé la calle Matadero y entré en el callejón Escopeteros; allí estaba en el patio mascullando que se nos hacía tarde; os he comentado anteriormente que no era pescador pero gozaba como nadie con estos días; a esta hora ya había despertado a un jilguero que tenía en una jaula, al que había puesto por nombre piyayo, y que revoloteaba de mal humor. Al poco llegó Luis también con cara de haber dormido poco; pronto se nos unió Jesús y comenzamos a andar.
Al pasar por la plaza Joaquín Ibáñez saludamos al adormecido funcionario de arbitrios que más parecía un cadáver, debido a la luz macilenta de la bombilla que lo alumbraba, que un ser vivo; arbitrios estaba situado en una esquina del edificio de Intendencia Militar, justo a la espalda del kiosco Recreo, vulgo ``bar Los Cristales´´; igualmente dimos los buenos días al número de la guardia civil que hacía su turno de vigilancia a la puerta del economato ubicado frente al citado bar; en un principio hablábamos bajito para que no nos llamasen la atención los vigilantes nocturnos o los serenos; dejamos atrás el paso a nivel, el puente Matadero, la Villa Vieja, a esa hora el bar y tienda Casa Miguel estaba cerrada, pasamos la Barriada de Pescadores y, a partir de aquí, nuestros cánticos y canciones atronaban los campos; nuestras charlas subían de tono, no por verdes si no por su volumen y, en algunos momentos, se hacía un silencio sepulcral: no era por el cansancio, es que nuestras mentes se nos escapaban y volaban, kilómetros más adelante, al lugar donde nos dirigíamos.
En la entrada de la pista militar de las pantallas, camuflajes construidos durante la segunda guerra mundial para evitar que se viese el tránsito de vehículos militares desde la Bahía, hacíamos un alto; nos esperaba lo peor pues andar por piedras sueltas es muy incómodo y con el añadido de que todo es cuesta arriba; a esta hora las estrellas comenzaban a palidecer, gracias a Dios no existía el demencial cambio de horas, y el cielo empezaba levemente a clarear.
Al llegar al cruce con el otro ramal de la pista militar que viene de Pelayo, se hacía necesario un descanso más prolongado; ya había amanecido y la vista de la ensenada del Tolmo, esa fabulosa visión hasta la punta de Arenillas, nos servía de acicate, de placebo con su efecto sugestivo, y, como por encanto, la fatiga desaparecía.
En dichos años no teníamos permiso militar para pasar por las baterías de artillería de costa, por ello teníamos que seguir una vereda hasta el Castillo del Tolmo; entre aromas de arbustos, lentiscos, tomillo, manzanilla, romero..., de nuevo cogía fuerza nuestro organismo y se revitalizaba nuestro espíritu: aparecían otra vez los desafinados cánticos que asustaban a los aturdidos pájaros.
¡¡ Por fin habíamos llegado a nuestra meta !! Si momentos antes fueron las plantas terrestres las que nos embriagaron con su aroma, ahora era el perfume a algas, a broza, a marisco, a bajamar, a olas, a espuma, en una palabra, a MAR, los que nos narcotizaban y, sentados en una piedra, parecía que entrábamos en trance: creo que estos instantes de relajación nos ayudaban a una superior apnea y a combatir mejor el frío.
Antes de darnos el primer baño estaba otro ``rito´´: hacer el té moruno tal como nos lo había enseñado Pepillo ``El Moro´´; en este relato de ``un día cualquiera´´ no nos acompaña él pues le voy dedicar uno: pero encajaría perfectamente en estas líneas; al igual que son inolvidables aquellas papas guisadas con el primer pescado que se cogía, de caldo espeso, en el cual los ``barquitos´´ de pan no se hundían y donde, además del pescado, se le echaba pequeñas centollas y cangrejos, tampoco se puede olvidar el sabor de ese té, muy dulzón que, acompañado de plum cake, cuyo origen podéis imaginar, reconfortaba nuestros cansados cuerpos por la caminata; los que no pescaban mantenían la hoguera encendida durante todo el día para, aparte de hacer la comida, calentarnos después de cada baño; en los años sin trajes nos dábamos tres o cuatro.
Si nos situamos en el castillo del Tolmo mirando al mar, a su izquierda hay una pequeña cala de redondos guijarros; frente a ella, a unos doscientos o trescientos metros de la costa y a unos ocho o diez metros de profundidad, existen varias crestas rocosas, con piedras desprendidas, que están rodeadas de arena. El segundo paraíso, por lo menos en aquellos años; el agua, transparente como un cristal, azul turquesa, te dejaba ver los más pequeños detalles; el sol, reflejándose en la límpida arena del fondo, casi te dañaba la vista; esas sutiles ondulaciones de luz, que tanto gustan a los submarinistas, por doquier: era una verdadera borrachera de fulgor y color; hablemos de la fauna: miríadas de peces, ``rebaños´´de todas las especies; meros, abadejos, tachanos, borriquetes..., nos miraban extrañados desde abajo; era un espectáculo indescriptible, difícil de superar, y que no encuentro las palabras para narrarlo; llamaba mucho mi atención la gran cantidad de tachanos, especie, por cierto, casi desaparecida de las aguas someras.
Como sabéis, en dichos años no se practicaba la pesca a la espera, el estilo generalizado de pesca era al agujero; los fusiles tenían muy buena potencia pero corto alcance: a nuestro favor la mayor abundancia de pesca, la menor profundidad y, en contra, los ``rústicos´´ medios, el nulo progreso, el sacrificio de interminables caminatas para ir a los lugares de pesca... etc. Os aseguro que si en esta época hubiéramos conocido la técnica de la pesca ``a la espera´´ y existido los fusiles actuales, os garantizo que no hubiésemos encontrados los suficientes animales para transportar la pesca.
La hora de la comida era una tertulia entre bocado y bocado, donde se contaban las anécdotas e incidencias ocurridas, y creo que se vivían con la misma o mayor intensidad que cuando sucedieron.
Después se descansaba y por la tarde, si alguien lo deseaba, se daba el último baño del día. El regreso era más silencioso debido al agotamiento lógico y por tener que cargar con más peso: el de la pesca; todavía no conocíamos a los ``costeros´´ ni a los campesinos para alquilarles los animales; pero, aunque agotados, la ilusión no decaía y ya volvíamos pensando en la siguiente salida.
Este era el desarrollo de un ``día cualquiera´´ de pesca; después de aquellos años he tenido tres neumáticas, he conocido la pesca de antes y de ahora y os manifiesto que el atractivo, la fascinación, la magia, el embrujo de un ``día cualquiera´´ de pesca de aquellos años es muy superior a los de hoy día, por lo menos para mí y respetando todas las demás opiniones: os lo dice un pescador submarino al que le faltan cinco días, en el momento de escribir estas líneas, para cumplir los setenta años y que toda su vida ha practicado este deporte.
Con el tiempo nos dimos cuenta que cogiendo el primer autobús, de las siete de la mañana, que iba a Tarifa y Cádiz y bajándonos en Pelayo, la caminata se reducía a la cuarta parte: pasábamos por detrás del cortijo los Palos y todo era cuesta abajo hasta la costa; el problema lo teníamos al regreso que era al contrario: todo cuesta arriba; nos tomábamos un descanso al llegar a la ``piedra del abanico´´.
FOTOS
Las cuatro primeras son del Tolmo; en la primera vemos a Luis (q.e.p.d) con una bonita pesca; en la segunda, donde distinguimos el año, está Jesús, medio Luis y, allá al fondo, me veis con el albornoz; la tercera es de otra jornada de pesca en dicho lugar; en la cuarta, albornoz en primer plano, aunque los pescadores solamente éramos Luis, Jesús y yo, observaréis el nutrido grupo de `` incondicionales´´...
En la quinta estoy con un mero de la Isla Verde y en la última a Felipe con un ``burro´´ de Arenillas.
---Los capítulos anteriores los tenéis agrupados.
---Pinchando en una de las fotos inferiores se abre la Galería.
---Podéis cambiar de canción con el reproductor.
Hasta el próximo
0 comentarios:
Publicar un comentario