ALETA, CARETA,TUBO-- CAPÍTULO 7º



                                                                                         










                                                                                   ALETA, CARETA, TUBO.


Los comienzos de curso eran un tormento para mí pues suponían el alejamiento de Algeciras. Llegué a calcular los segundos que faltaban para regresar. Ese año las notas no fueron malas y, como regalo por mi duodécimo cumpleaños, pedí unas aletas, una careta y un tubo. Me imagino que habría cónclave familiar, pero al final hubo fumata  blanca.  Desde ese momento las glándulas lagrimales de mi madre comenzaron a funcionar a destajo y mi padre a padecer de sueño. Como es lógico, la persona que me llevaba a la playa era mi padre, a mi madre le hubiese dado un soponcio si me ve nadando con aquellos ``artefactos´´, como ella decía; al afirmar que mi padre ``comenzó a padecer de sueño´´ me estoy refiriendo que, debido al negocio del bar, sólo tenía libre la hora de la siesta; me podéis decir que con ``doce añitos´´..., pero os aseguro que la vida a mitad del siglo pasado era totalmente distinta a la de hoy día; en la actualidad los niños nacen sabiendo hasta el número del pasaporte; la verdad es que ya quedaba poco tiempo para ``independizarme´´ debido a un suceso que más adelante os contaré.
En un principio me llevaba a la playa El Chorruelo situada en los aledaños del hotel Cristina; debido a su cercanía y a sus aguas tranquilas, estaba protegida por el ramal sur del rompeolas, era muy apreciada por los algecireños. Vienen a mi memoria algunos recuerdos y estampas entrañables: la piedra  ``morena ´´, primera meta de los que empezábamos a nadar, la segunda era llegar al rompeolas, ¡ toda una hazaña ¡; si lo lograbas ya pertenecías al clan de los `elegidos´; las pateras del ``Ché´´ que nos las alquilaba por unos reales la hora; por cierto, que años después, a mí me ponía un precio especial al alza pues decía que le sacaba bastante rédito a mi deporte; no puedo dejar de nombrar las cinco o seis casetas desvencijadas y la ducha: un bidón con agua dulce, un trozo de tubería de goma y una regadera que llevaba atada una cuerda de la que tirabas para ducharte; entre las casetas y la playa  pasaba el tren de las vagonetas que traía piedras de las canteras para las obras del relleno de la Isla Verde: poco a poco el estrecho puente iría desapareciendo, quedando separadas las aguas del puerto de las de la playa. El tren era pequeño, como el de una mina, e iba muy despacio; la chiquillería nos enganchábamos al convoy, a su paso por la playa, con el consiguiente sofocón del paciente maquinista... Fue con doce años cuando comencé las primeras lecciones prácticas: nadar con aletas, respirar por el tubo y ver el fondo del mar a través del cristal de la careta, ¡ menudos sustos ¡, un simple camarón me parecía un bogavante enorme , un cabozo un terrible monstruo... Sinceramente no me costaba trabajo llegar al rompeolas pero lo hacía con trampa: nadaba con las aletas, careta y tubo; os aseguro que sin el ``equipo´´ no soy capaz de hacer el largo de una piscina.
Pronto el fondo arenoso de la playa empezó a resultarme monótono y comencé a buscar nuevos lugares que conocer; allá a la derecha, frente al rompeolas, debajo del campo de golf, en la llamada Punta Rodeo, se divisaban unas rocas que para mí eran ``enormes´´´..., nosotros las llamábamos `` los pelotes ´´. 

                                                                                                                Fotos
La panorámica de la primera fotografía corresponde a una pesquera hecha desde los arrecifes de la Azofeas hasta la piedra de las Palomas; también se ve el fusil de aire de Felipe, modelo ``corbeta´´ de la casa Nemrod, creo que dicha marca ya no existe por lo que no estoy haciendo propaganda; mis aletas parecen de juguete comparadas con las de hoy día; como todos tenemos ``dos dedos´´ de frente, sabemos perfectamente los motivos de ponerlos ahí..., al igual que el día de mi pie.
La segunda la hice yo, la verdad que no está muy mal, y no tengo culpa del color sepia que le dio el ``foti´´; aunque, mirándolo bien, le da cierto aire de añoranza. Muestra las capturas hechas entre la Torre de los Canutos y Calafate; la persona situada detrás es el costero, que era quién llevaba todo lo necesario a los cuarteles de la guardia civil situados en la costa: cañada del Peral, Tolmo, Arenillas, Punta Oliveros... En dichos cuarteles vivían, junto con sus familias, los miembros de la Benemérita allí destinados. Siempre he pensado que era un destino muy duro; no quiero imaginar una guardia, en una de aquellas garitas, en pleno invierno y con el levante o el vendaval ``cabreado´´; si penoso era para ellos, imaginad lo que sería para sus familias el vivir totalmente aislados. Como es lógico, el medio de transporte por aquellas infernales veredas y trochas eran los mulos o caballos; una vez que el costero había hecho el reparto, de regreso, como los animales venían sin carga, nos traía la pesca.
En la tercera tenemos una sonrisa de oreja a oreja: no es para menos con lo que vemos a los pies... Fue en Arenillas, en los arrecifes del puntazo en dirección al levante; otro pesquero, por lo menos en aquellos años, de fábula. 

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                                                                    Hasta el próximo. 

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