AFORTUNADO--- CAPÍTULO 9º



                                                                                                       






                                                                                    

                         
            AFORTUNADO 

Cuando me propuse escribir estas líneas, estas memorias de pesca submarina, busqué algún motivo, alguna razón, que me determinase a  hacerlo; pronto encontré la respuesta: mi etapa como deportista estaba llegando a su final. Pero hay algo que, mientras esté en el mundo, ni el tiempo ni el devenir de los años podrán robarme: los recuerdos; algunos afirman que recordar es volver a vivir, es completamente cierto, y yo lo estoy haciendo de forma intensa; aquí sentado voy reviviendo las inmersiones mas fabulosas de mi existencia.
En la actualidad cuando, en reuniones del ``único tema´´, algunos conocidos y amigos, por supuesto bastante más jóvenes que yo, me dicen con cierto retintín que en aquellos años había mucha pesca, le contesto con la misma guasa, vamos con coña marinera, que sí, que había peces hasta en el barreño de casa, el cuarto de ducha y la bañera son posteriores. 
Descarté por aburrido, por pesado, por rutinario, expresiones como: subí, bajé, arponeé, vi, saqué..., ya que no habría escrito cinco renglones seguidos y vosotros no hubieseis leído ni dos, si es que habéis llegado a hacerlo. Hago esto para intentar daros a conocer como eran las circunstancias que rodeaban a nuestro deporte hace más de cincuenta años.
Este capítulo lleva el título de ``afortunado´´; os voy a decir el motivo de haberle dado ese nombre: me siento afortunado por lo que viví, por lo que conocí, por lo que vieron mis ojos, en un palabra, por todo lo que me ha dado dicho deporte.
Me siento afortunado por haber conocido los fondos de nuestra Bahía en aquella época; permitirme que haga un inciso: muchas veces me paraba a pensar viendo un fondo marino, una cueva, un arrecife, si sería la primera vez que unos ojos humanos los observaban; este pensamiento me emocionaba e incluso hoy día lo sigue haciendo. Continúo con lo de afortunado:
Nuestra Bahía era un vergel, un jardín, un prado submarino lleno de flora y fauna; cuando llegaba la primavera, también el mar se rige por las leyes de las estaciones, las algas, las laminarias, las posidonias, la broza, la cubrían por completo; hasta tal punto que, en dichos meses, dificultaban mucho la práctica de la pesca submarina; algunas de estas especies vegetales podían alcanzar los tres o cuatro metros de altura enterrando bajo ellas los arrecifes y la explosión de vida que allí proliferaba. En aquel tiempo, en todo el arco de la Bahía, no se encontraba instalada ni una sola industria; que quede bien claro que no estoy en contra del progreso, sería absurdo por mi parte, pero sí en contra de la contaminación que ha traído consigo; la Bahía de Algeciras era un edén exuberante, en cualquier lugar donde hundieses la cabeza, os lo aseguro,  veías un estallido de fuerza vital; el agua era un cristal y tu mirada se perdía en las profundidades sin partículas en suspensión que te lo impidiese; el vigor de la vida marina se extendía desde la superficie hasta el fondo. Os voy a poner algunos ejemplos:
En El Rinconcillo, frente al hotel Bahía ( Juan Benítez, cómo se añora aquellos brindis navideños), o frente al chiringuito de mi amigo Bernardo, cuando tenía todo el encanto de los helechos, cañas y madera, al llegar los últimos días de septiembre, podías coger todas las centollas que quisieras; no os puedo explicar la causa de esas ``camás´´ de cientos, de miles de centollas en semejante lugar; en esta playa, en unos siete u ocho metros, descubrí los restos de una barcaza que un temporal de levante había arrastrado desde Gibraltar: fue mi despensa de meros, borriquetes, abadejos..., durante bastante tiempo ya que he vivido en dicha playa durante más de veinte años; lo mismo puedo decir de la playa de la Concha: por fuera de las piedras que se ven, en unos cinco o seis metros, había unas rocas que nunca fallaban; de vez en cuando le solía decir a la familia, y os lo cuento sin ninguna vanidad, voy a ir a la ``pescadería´´ pues mañana toca pescado fresco..., casi siempre acerté.   
El trayecto que va hasta los arrecifes situados debajo del antiguo cementerio, era conocido por su riqueza en cañadillas, nécoras, centollas, cangrejos... Estos arrecifes, perpendiculares a la costa, eran riquísimos en doradas y lubinas. La carretera del paseo marítimo lindaba con el mar y pueden dar fe los parroquianos de todo lo que allí se pescaba.
Si esta abundancia se daba en los lugares que os he citado, ¿ podéis imaginar lo que sería la Isla Verde, el Campo de Golf, el Boquete de los Bodiones, San García, Getares, la Aguadilla, la Ballenera, el Timoncillo, y el Faro de Punta Carnero ? : eran un oasis, un paraíso, el cielo, el olimpo... Un cielo que empezó a languidecer, que empezó a nublarse con  las nubes de la contaminación, a partir de la década de los ochenta...

                                                                                                              Fotos 
En este capítulo he querido resaltar las excelencias de nuestra Bahía en aquellos tiempos; para ello, aparte de mis palabras, os presento cuatro fotos que no creo que necesiten comentarios: tienen en común que dichas pesqueras están hechas en el interior de la Bahía; la primera y la cuarta son del mismo día en el Timoncillo y barras colindantes; la segunda en los arrecifes cercanos al Faro, pesqueros muy próximos a los anteriores; la tercera, amigo Felipe esta vez  por poco te dejo sin cabeza, es en San García. Habréis observado que un porcentaje muy grande de días de pesca lo hacíamos del Faro hacia el interior; las razones son obvias: su cercanía y la abundancia de peces.
Siempre he pescado con fusiles de gomas: fijaros, en la primera foto, en la pieza que le añadí para que tuviese cuatro.

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                                                                     Hasta el próximo 

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