MI PRIMER FUSIL-- CAPÍTULO 8º





                                                                                                     



















MI PRIMER FUSIL
Pero, ¡ qué pronto llega octubre !. De nuevo a Ronda, de nuevo los estudios, de nuevo el cálculo de los segundos que faltan para volver, de nuevo las notas y de nuevo la petición de un regalo por mi cumpleaños: un fusil submarino. Desde ese momento en mi casa se incrementa el consumo de tila gracias a mi madre y mi padre comienza a ser un compulsivo consumidor de café por lo de las siestas. El primer fusil que  tuve en mis manos no fue el que me regalaron mis padres; quiero explicaros cómo era pues no he vuelto a ver uno igual y, después de tantos años, sigue llamando mi atención. Subiendo el Secano, principal vía de acceso a la Algeciras de aquella época, donde está la actual urbanización Villa Palma, existía una extensa finca con dicho nombre; era una preciosa mansión rodeada, más que por un jardín, por un frondoso parque. Los dueños, creo que eran de ascendencia inglesa o gibraltareña, tenían un hijo de mi edad; no sé como nos conocimos pero, de vez en cuando, iba a jugar con él. Tres cosas no he olvidado de aquellos ratos de juegos : primero, una gran habitación totalmente ocupada por un monumental tren eléctrico; segundo, un inmenso cuarto de juguetes donde podías encontrar lo inimaginable, era una familia con recursos; tercero, lo que vi entre los cientos de juguetes: ¡un fusil submarino! ¡Cómo me tembló el cuerpo cuando lo tuve en mis manos!. Os lo describo puesto que, como ya os he comentado, era un tanto peculiar: en la cabeza del fusil, en el sitio donde está la pieza para enroscar las gomas, llevaba  unas pequeñas poleas; por sus ranuras pasaban dichas tirantas que iban a fijarse en la parte delantera de un tubo abatible inferior; cargabas el fusil como se hace normalmente y luego llevabas el mencionado tubo hacia la parte posterior; se abatía casi sin esfuerzo pero la potencia que adquirían las gomas era bestial y la fuerza del disparo descomunal. Sólo disparé una vez con dicho fusil, fue en el jardín y, cuando años después cortaron la palmera  que arponeé, aún tenía en su tronco el trozo de arpón.
Comparado con el anterior, que yo lo equiparaba con el cañón de un panzer, mi regalo me pareció un tirachinas: medía menos de dos cuartas, las gomas habían pasado hambre y el arpón era un tridente; me quedaba el íntimo orgullo de que en algo me asemejaba a Neptuno: en eso, en lo del tridente.
Como os he comentado, mi nueva meta era ir a los pelotes de Punta Rodeo; hay, mejor dicho había, un buen trecho desde la playa hasta dichas piedras; cuando se lo dije a mi progenitor vi algo extraño en su mirada, pero al final cedió.
Imagen imperecedera: mi padre sentado en una piedra a pleno sol, una toalla sobre la cabeza y hombros, encima el sombrero de palma y recuperando sueño... Mientras, yo iba a descubrir un mundo nuevo para mí lleno de vida: doncellas, cabozos, rascacios, salemas, lisas, sargos, pequeñas lubinas..., lo que más me impresionó fue la transparencia del agua, no me refiero en profundidad pues escasamente había un metro, sino en horizontal pues creí  ver hasta el infinito.
Ese día hice mi primera captura como pescador submarino: con mi ``tirachinas´´acerté a darle a un pez que, durante más o menos una hora, se llamó lubina. Sería una estampa surrealista el verme corriendo por las piedras con las aletas y las gafas puestas, respirando por el tubo, chorreando y gritando como un demente..., pero la otra imagen, la del  despertar de mi padre, con un loco dándole voces, poniéndole empapado, junto a sus ojos un pez pegándole coletazos y yo que casi le pincho con el tridente..., ese momento también hubiese sido digno de verse. Dicho día conquisté mi primer trofeo pero fue el último en el que tuve como acompañante a mi padre; me dijo que él no estaba para semejantes  sustos, que  yo era ``ya´´ mayor, que me buscase unos compañeros que estuviesen tan ``gallaretas´´,(gallareta: ``piropo´´ muy típico de aquella época) y que había que andar mucho para llegar a las piedras. Tengo la impresión de que la  falta de descanso, el susto y las posibles caminatas, pudieron más que el amor paterno. Cuando llegamos al chiringuito de la playa, recuerdo que se llamaba el Cuco y estaba situado frente a la piedra ``morena´´, el trofeo cambió de nombre: de lubina pasó a ser lisa. Pero yo seguí siendo igual de feliz. 

                                                                                                   Fotos
La primera nos presenta una pesca hecha en el arrecife del puente de la Aguadilla; en esa ensenada fondean hoy día muchas embarcaciones  que van a pasar la jornada a la playa de Getares. 
En la segunda nos vamos de nuevo a un pesquero que visitábamos a menudo: el trayecto que va desde las Azofeas hasta la piedra de las Palomas; era un día de pesca muy entretenido pues descansábamos en dicha isla, y reponíamos energía con los alimentos que llevábamos en la boya ( por cierto que a mí me dio por tomar un preparado, no sé si existe hoy día, llamado glucodulco; alguien me había hablado muy bien de él: que da muchas energías, que te pones fuerte..., como podéis apreciar en las fotos, conmigo no tuvo mucho éxito; pensándolo despacio puede que su efecto fuese retardado pues, con los años, comencé a emular a Oliver  Hardy. )
A la tercera foto le profeso un gran cariño: no es por el buen mero, tampoco es, cosa extraña en mi colección de fotos, por verme en el agua, creo que es la única que tengo de esta forma, es por la persona que la hizo y con la que pasé momentos inolvidables en el mar; en la época que íbamos de pesca yo tendría, más o menos, veinte años y, el viejo lobo de mar, Enrique, pasaba de los setenta.  En uno de los siguientes capítulos intentaré describir dichas evocaciones. 

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---Podéis saltar de una canción a otra.
                                                                    Hasta el próximo.

1 comentarios:

Paola

28 de junio de 2012, 5:48
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1

dijo...

Juan, este es el cápítulo con el que más me he reido, hasta ahora.
Conociéndote como te conozco, no leo, te escucho contándome las historias, haciendo tus gestos y pausas, dándole esa emoción a las historias que sólo tú sabes darle.
Busca, por favor, en tu memoria y escribe 1.000 historias más, no sólo de tus comienzos, del antes, sino de durante y del final, por que todas tienen su encanto y tu personalidad, así que dale en tu cabeza al "botón de rebobinar" y sigue, por favor, delitándonos con tus historias. Un beso. Paola

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